Un viaje al mundo rural de la mano de sus mujeres trabajadoras

/Sandra Manzanares/

Mariló abre su negocio a las nueve de la mañana para preparar los encargos, revisar y poner al día las redes sociales. Lola se levanta a las seis, carga la mercancía y se dirige al mercado para montar su puesto y vender la miel. Dos mujeres y dos trabajos totalmente diferentes, pero a las que les une algo en común: ambas desarrollan su actividad en el ámbito rural y contribuyen al desarrollo de la economía local con sus negocios.

Lola Reolid tiene 38 años y vive en Tobarra, durante toda su vida ha pertenecido al ámbito rural, y junto a su hermano, gestiona la empresa familiar, encargada de la producción y venta de miel. La estación de la miel se lleva a cabo en primavera-verano, aunque éste es un trabajo de todo el año que comprende la elaboración de la misma, con el traslado de centenares de colmenas a los lugares donde está la flor, y su posterior venta.

Un negocio que se está viendo afectado por la “competencias desleal” y las importaciones de otros países, que disfrazan la categoría de la miel y la mezclan con sirope de arroz o glucosa. La clave, como nos explica Lola, es mirar la etiqueta, pues algunos envasadores “camuflan” el producto con un tanto por ciento de cosecha propia indicando su procedencia en la Unión Europea, cuando debería ser originaria de España.

A estas dificultades hay que sumarles el hecho de ser mujer en un mundo masculinizado y competitivo, en el que, en ocasiones, “miran a las mujeres con recelo”. Trabajadoras con valía, que llegan a sentirse subestimadas por los estereotipos arraigados en la sociedad y que consideran que “el hombre es el mejor en todo”, dice Lola, lamentando que todavía exista este tipo de mentalidad, aunque reconoce que “poco a poco las cosas se ven de otra manera”.

Y es que, como en su caso, “la mujer también puede desarrollar bien el trabajo del campo”. Labores en apicultura, agricultura o ganadería que contribuyen a visibilizar la función femenina en el mundo rural. Ámbito al que pertenece Mariló Pérez, experta en artesanía con máquina de corte y grabado de láser, ésta última una novedosa técnica del sector, que además restaura muebles y realiza labores de carpintería en Elche de la Sierra.

Mariló nos cuenta que “tener un negocio en un pueblo no es lo mismo que en la calle Ancha de Albacete”, por donde cada día pasan diferentes personas y la afluencia de público es mayor. Sin embargo, la mujer rural paga el mismo autónomo que la mujer urbana, aunque las condiciones para desarrollar su negocio no sean iguales, teniendo que “pelear mucho” para sacar la actividad adelante, indica la artesana, reflejando que una de las maneras de darse a conocer es a través de las redes sociales, lo que le permite distribuir sus productos a cualquier parte de España.

Distribuirlos desde su pueblo, donde, asegura, “se vive mejor que en una ciudad”, pero reclama más y mejores infraestructuras, oportunidades de formación o actividades culturales, ya que, si los habitantes de los pequeños municipios quieren optar a los mismos derechos que los ciudadanos de las grandes urbes, tienen que desplazarse a estos núcleos poblacionales, lo que perjudica a sus negocios que no parten de la misma línea de salida.

Mujeres como Lola o Mariló contribuyen a fijar la población del mundo rural, evitando el despoblamiento que asola la provincia de Albacete, y además, afianzan tradiciones que, con la emigración a las ciudades, se están perdiendo.

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