El pueblo fantasma de Albacete que sorprende a quien lo encuentra: calles de piedra y un río transparente

Un destino singular para quienes buscan desconexión, historia y naturaleza en estado puro

Entre frondosos barrancos y montañas que parecen custodiar secretos antiguos, se encuentra Alcadima, un pueblo abandonado cuya esencia permanece intacta a pesar del paso del tiempo. A medio camino entre Ayna y Liétor, este rincón olvidado de la Sierra del Segura se ha convertido en un destino singular para quienes buscan desconexión, historia y naturaleza en estado puro. 

Llegar hasta Alcadima no es sencillo, y quizá ahí resida gran parte de su encanto. No hay carreteras principales ni secundarias que conduzcan hasta él. El visitante debe adentrarse por un camino estrecho de tierra serpenteante, flanqueado por curvas pronunciadas que invitan a bajar la velocidad y dejarse envolver por el paisaje. Antaño, sin embargo, la vida latía entre sus calles. 

Entre frondosos barrancos y montañas que parecen custodiar secretos antiguos, se encuentra Alcadima, un pueblo abandonado cuya esencia permanece intacta a pesar del paso del tiempo. A medio camino entre Ayna y Liétor, este rincón olvidado de la Sierra del Segura se ha convertido en un destino singular para quienes buscan desconexión, historia y naturaleza en estado puro.

Un camino estrecho 

Llegar hasta Alcadima no es sencillo, y quizá ahí resida gran parte de su encanto. No hay carreteras principales ni secundarias que conduzcan hasta él. El visitante debe adentrarse por un camino estrecho de tierra serpenteante, flanqueado por curvas pronunciadas que invitan a bajar la velocidad y dejarse envolver por el paisaje. Antaño, sin embargo, la vida latía entre sus calles. Hubo vecinos, cultivos cuidados y hasta suministro de luz eléctrica procedente de Híjar.

Hoy, medio siglo después de su despoblación, las huellas de aquella vida rural siguen presentes. Alcadima, que fue pedanía de Liétor, sufrió a mediados del siglo XX la emigración masiva hacia las ciudades, un fenómeno que afectó a muchas localidades de la provincia de Albacete. La falta de accesos y las extensas distancias entre municipios complican aún más la supervivencia de estos enclaves.

Calles de piedra, puertas de madera…

Sin embargo, no es un lugar muerto. Al contrario, conserva una belleza callada que sorprende a quienes se aventuran a visitarlo. Sus casas de piedra y yeso, algunas aún en relativo buen estado, se apiñan en callejones estrechos. Grandes puertas de madera y cerrojos de hierro resisten todavía, como si aguardaran un regreso imposible. En los alrededores, varios cultivos cuidados muestran que hay manos que todavía velan por este lugar -aromáticas, granados, olivos, higueras y parras salpican el paisaje-.

El río Mundo, que discurre por un estrecho sendero junto al pueblo, aporta frescor y vida. Sus aguas cristalinas dejan ver a simple vista los peces que las habitan, y un pequeño puente permite cruzarlo con facilidad. La fuente del pueblo, aún activa, sigue manando sin descanso. Un testimonio de continuidad en un entorno detenido en el tiempo.

Adentrarse en Alcadima es viajar al pasado reciente de nuestras tierras. Es caminar por calles que hace décadas quedaron en silencio y escuchar la fuerza de la naturaleza que continúa abriéndose paso. Sentarse junto a su fuente y dejar volar la imaginación permite reconstruir, aunque sea por un momento, la vida de los alcadimeros de antaño.

María López

Nacida en Albacete (1996). Graduada en Periodismo por la Universidad de Castilla-La Mancha. He pasado por Cadena SER, Castilla-La Mancha Media y El Español.
Botón volver arriba