El joven Víctor Ruiz, natural de Albacete, lleva años escribiendo su nombre en lo más alto del yoyó en España, demostrando su dominio en una disciplina donde la constancia, la precisión y el arte son claves para el éxito. Pero sobre todo, ha conseguido romper barreras sociales de comunicación a través del yoyó.

La afición de este joven albaceteño por el yoyo comenzó cuando todavía era muy pequeño. “Comencé con el típico yoyó de subir y bajar, comprado en un bazar chino. Por aquel entonces tenía también un trompo con el que, cuando tenía 7 años, ya hacía varios trucos. Unos años más tarde, cuando tenía 13 años, un día pasé por una juguetería y vi unos yoyós que se llaman ‘Yomega Firball’, que venían acompañados de un CD con algunos trucos para hacer. A mí eso me llamó mucho la atención, así que me hice con uno de ellos para probar, y me di cuenta de que se me daba bien, y me gustaba mucho. Buceando por internet para encontrar más cosas sobre este juego, descubrí por foros que había una comunidad del yoyó, y de que había gente haciendo cosas muy chulas. De este modo llegué hasta David, un jugador conocido en la comunidad como ‘Shay Guy’, que fue clave para mi desarrollo. Él me introdujo en el mundo del yoyó más moderno, porque hasta entonces lo que había aprendido a través de aquel CD eran trucos antiguos, de los años 80 y 90, y a partir de ese momento pasé a un nivel más avanzado. De hecho me regaló un yoyó más potente, y eso fue para mí la revolución”, refleja.

Su primer Campeonato de España
Un año después, con 14 años de edad, acudió a su primer campeonato de España de yoyó. “En 2014 viví mi primer campeonato, y fue el momento en el que me di cuenta de que esto del yoyó iba en serio, porque me encantaba. Fue en el CEYY (Campeonato Español de Yoyó), que se celebraba ese año en Madrid. Fui con mi padre, y lo recuerdo como uno de los momentos más importante de mi vida. No conseguí buenos resultados porque, además de mi inexperiencia, me ponía muy nervioso. A pesar de eso me gusto mucho vivir aquella experiencia, sobre todo por el compañerismo que se respiraba. . Yo había competido en otros deportes, como las Artes Marciales o el Ajedrez, pero nunca había conocido una comunidad tan acogedora como la del yoyó. Estaba acostumbrado a que en otros deportes hubiera mucha rivalidad entre los competidores, y en el yoyó era todo lo contrario. Ver a los competidores compartiendo sus trucos con los contrincantes, e incluso ver a los que optaban por los mejores puestos, enseñándoles cosas a los demás, fue algo que me sorprendió muchísimo. Es una comunidad relativamente pequeña, y es como una familia en la que todos se cuidan entre ellos, y eso para mí fue increíble”, asegura.

Problemas de autoestima
En esos momentos competir era algo casi doloroso para Víctor Ruiz, porque “me ponía muy nervioso, y tenía la autoestima tan baja, que si algo me salía mal me hundía. Yo me esforzaba mucho en hacer las cosas lo mejor posible, pero si no lograba buenos resultados mi autoestima se iba abajo, porque me afectaba demasiado y se convertía en algo negativo para mí. Tras practicar muchísimo volví a presentarme al campeonato en 2015, pero me auto presioné tanto que finalmente se me volvió a dar mal, y me desanimé mucho. La comunidad fue encantadora como siempre, pero yo no estaba bien mentalmente en esos momentos, y decidí dejar el yoyó, para dedicarme más al mundo de los malabares”, explica.

9 años después, en 2024, Víctor Ruiz se fue de viaje a Grecia con su familia, y decidió llevar consigo un juguete griego de habilidad con los dedos llamado ‘Begleri’, que había fabricado de forma artesanal con su padre. “En el viaje, cuando mi familia se ponía a mirar escaparates o entraba en las tiendas, yo les esperaba jugando con el ‘Begleri’, y así esos ratos que para mí eran aburridos, ya no lo eran tanto. De tanto practicar me empezó a gustar mucho, y me di cuenta de que podía disfrutar de las cosas, sin tener que competir. Esto me hizo pensar que, igual que me había pasado con el ‘Begleri’, podía enfocar con la misma mentalidad el volver a coger el yoyó. Y es que, me gustaba mucho la idea de ser habilidoso con él, pero me echaba para atrás el competir, y compararme con otros. Así que a la vuelta del viaje, con 24 años, y sin ninguna pretensión competitiva, volví a intentarlo con el yoyó”, indica.

La vuelta al yoyó
Tras 9 años sin tocar un yoyó, volver a practicar fue muy fácil. “Nada más cogerlo, empecé a recordar cosas y al lanzar el yoyó me salían los trucos de nuevo. Me di cuenta de que el que tuvo retuvo, y que en realidad sabía más de lo que yo pensaba. También me encontré que internet había avanzado mucho en esos años, y ahora era más fácil encontrar tutoriales, e incluso aplicaciones para ir haciendo trucos e ir progresando. Curiosamente, ese año el Campeonato de España se celebraba en Albacete, dentro del marco de actividades de la Feria del Coleccionismo, Juego y Ocio de Albacete ‘Albatoy’, y decidí presentarme. Lo que más me apetecía era recuperar a la comunidad que, después de pasar unos años compartiendo muchas cosas, no los había vuelto a ver. Volver a verles fue una sensación maravillosa, porque me volvieron a acoger como el primer día, y parecía que no había pasado el tiempo. Con ese semblante conseguí quedarme en la 4ª posición del Campeonato de España”, celebra.

El yoyó como deporte terapéutico
Victor Ruiz compagina su afición por el yoyó, con su trabajo como Técnico Superior en Integración Social. “Cuando tenía 13 años intentaba enseñar lo que yo había aprendido con el yoyo a todo aquel que se dejaba, pero era un adolescente muy tímido, y me costaba mucho relacionarme con la gente, así que lo de enseñar me chocaba totalmente de frente. Pero en 2024, cuando volví a jugar, coincidió con las prácticas de la carrera. Estaba realizando talleres con adolescentes, y el psicólogo que llevaba los talleres, que sabía de mi afición, me sugirió que podía hacer algo con el yoyó para las presentaciones. Yo pensé que no les interesaría, pero mi sorpresa fue que a los chavales les llamó mucho la atención, así que me llevé unos yoyós de iniciación y comencé a trabajar con ellos. Al principio me costó, porque fue un golpe de realidad enfrentarme a eso, pero al final fue terapéutico. Puedo decir que gracias al yoyó pude soltarme, y llegar a sentirme cómodo a la hora hablar en público, enseñar, y comunicarme”, señala.

Creando una comunidad del yoyó
Tras el éxito de estos talleres, fueron apareciendo más oportunidades en las que el popular juego del yoyó se ha ido abriendo camino en Albacete. “Me llamaron de distintos sitios para realizar más talleres, e incluso abrí una cuenta de Instagram y de Tik Tok ‘yoyo_albacete’, para ir creando comunidad en la ciudad. Una cosa que he aprendido con el tiempo, y que ahora reivindico, es el derecho a hacerlo mal. No se pueden dejar de hacer las cosas, por tener la impresión de que algo se te va a dar mal. Puedes presentarte a un campeonato aunque seas el peor, porque tienes todo el derecho del mundo, y es tan digno el que queda el último, como el que queda el primero, lo importante es disfrutar en el camino. De hecho, en 2025 me volví a presentar al Campeonato de España, que se celebró en Victoria, y quedé en undécimo puesto, pero ahora tengo otra mentalidad, porque he disfrutado mucho en el campeonato, a pesar de los malos resultados. Esto es algo que suelo trabajar mucho con los chavales en los talleres, que vean que lo importante es divertirse, el proceso, conocer gente, hacer comunidad, e ir mejorando poco a poco”, explica.

Una de las cosas que persigue este entusiasta del yoyó es crear comunidad, y eso se consigue a base de poner en marcha encuentros para dinamizar esta afición. “He hecho muchos talleres, pero son talleres de iniciación, en los que viene gente a aprender, pero luego cuando ya han aprendido no tiene sentido que sigan viniendo porque se aburren. Entonces, mi idea es realizar encuentros para que se reúna la gente que ya sabe, y pueda compartir con otros aficionados todo lo que ha aprendido. El pasado 18 de diciembre organicé el primer encuentro en La Plaza San Felipe Neri, y estoy muy contento porque estuvo muy animado y salió todo muy bien, y ya estoy pensando en organizar el siguiente. De hecho, para terminar el ciclo de grado superior, tuve que presentar un proyecto de intervención para que me lo evaluaran, y mi proyecto final de ciclo trataba de usar el yoyó para crear comunidad como herramienta de intervención comunitaria, y logré sacar un 10 en el proyecto, algo de lo que me siento muy orgulloso. Este proyecto también lo presenté a un concurso de proyectos del centro Joven de Albacete, y he quedado segundo. Estoy muy feliz, porque hay un premio en metálico que sirve para ponerlo en marcha, así que si va todo bien, verá la luz en primavera-verano del 2026”, concluye. La comunidad del yoyó está creciendo en Albacete, y todo es gracias a la pasión, la constancia, y las ganas que está poniendo Víctor Ruiz, en revitalizar este antiguo deporte.


































