El próximo 29 de noviembre, Cenizate (Albacete) bajará el telón de uno de sus comercios más emblemáticos, la Carnicería Embutidos Benigna, un negocio familiar que ha alimentado al pueblo -y a buena parte de España- durante más de siete décadas. La despedida es agridulce. «La vida es así. Yo me jubilo y, de momento, cerramos. Si alguno se anima…», dice Benigna, su regente. Por ahora, las nuevas generaciones no continuarán el legado.
La historia de esta carnicería comienza en 1952, cuando los padres de Benigna, dos jóvenes de 25 años, decidieron emprender en un momento en que casi todo había que hacerlo a pulso. Su padre, que sabía de ganadería gracias a lo aprendido, montó primero una ganadería ovina y después una granja de porcino para abastecer la tienda, donde nada era industrial.
El matrimonio ya tenía dos hijos cuando abrió el negocio, y después llegarían cuatro más. «Todos hemos aportado nuestro granito de arena -recuerda Benigna-. Nos criamos ahí. Unos en la granja, otros en el ganado y todas nosotras en la tienda». Con los años, cada hermano siguió su camino, pero Benigna y su marido fueron quienes continuaron la actividad hasta que él, el año pasado, falleció «con las botas puestas», trabajando en el negocio de su vida.

Un comercio esencial para el pueblo
Embutidos Benigna no era solo una carnicería. Era, como dice ella, «una actividad tan antigua como el propio pueblo». «La cooperativa del vino, que es enseña de Cenizate, surgió 4 años después que nosotros y la superamos en antigüedad», señala. Durante décadas, clientes de Cenizate y de distintos puntos del país como Madrid, Valencia, Alicante o Barcelona encontraron aquí no solo productos de primera calidad, sino también conversación, confianza y la familiaridad de una casa abierta de lunes a sábado.
La noticia del cierre ha provocado un aluvión de llamadas. «A los clientes les ha dado muchísima pena. Ha sido impresionante», confiesa entre emoción y cansancio.
La morcilla, un icono
Si hubiera que elegir un producto simbólico de la tienda, sería la morcilla de cebolla. «Mucha gente viene exclusivamente a por la morcilla, y se llevan también las salchichas», explica. Todo elaborado de manera artesanal y natural, sin conservantes ni aditivos, siguiendo las recetas de su madre. «Por eso sientan tan bien. No tenemos ni un cliente a quien nuestro embutido le siente mal», dice con orgullo.
La lista de productos parece interminable: pinchos naturales, embutidos cocidos, longanizas, cordero manchego, anchoas de Santoña, salmón noruego, magdalenas que venden desde que Benigna tenía 16 años… y siempre, siempre, materias primas de primera calidad. «Nuestros clientes no se comen lo que sea», afirma.

Una vida detrás del mostrador
Para Benigna, la tienda es mucho más que un empleo. «Ha sido nuestra vida», asegura. El cansancio acumulado -sobre todo tras la muerte de su marido, Luis- pesa ahora más que nunca. Desde agosto podría estar jubilada, pero quiso apurar este último tramo. «Estoy cansada», reconoce. Por eso no sabe muy bien qué hará el 1 de diciembre, el primer día sin persiana que levantar: «Descansar, apuntarme a actividades, probar cómo se está sin trabajo… Acostumbrarme a otra cosa».
Lo que sí atesora son las muestras de cariño. «Muchos clientes me están llamando aún para decir lo bueno que está el embutido o la confianza que han tenido siempre en nosotros», dice. Algunas familias llevan tres generaciones comprando aquí: los abuelos, los padres y ahora los hijos.
La carnicería incluso tuvo durante ocho años un segundo punto de venta en Villamalea, donde también forjaron una clientela fiel. «Tuvimos muchísimas experiencias y muchas anécdotas», recuerda.

Un adiós con gratitud
Antes de cerrar esta etapa, Benigna quiere dejar un mensaje claro: «Agradecerles su confianza. Los clientes han sido siempre lo mejor que hemos tenido. Es una gente súper agradecida. Me voy con muy buen sabor de boca, y creo que la gente también se queda con un buen recuerdo».
El 29 de noviembre, Cenizate perderá un comercio histórico. Pero el legado de Embutidos Benigna -sus sabores, su dedicación y su manera de trabajar- seguirá formando parte de la memoria colectiva del pueblo. Y quién sabe… quizá algún día alguien de la familia o del pueblo decida levantar de nuevo aquella persiana que durante más de 70 años nunca faltó a su cita.

