((Vamos a hablar de lo importante / lo que hacemos hoy aquí / vamos a hablar de quién me ha visto / el mismo que te ha visto a ti Hola, ¿qué tal? – Jero Romero & ELYELLA)
Escribo hoy con un poco menos de pudor que de costumbre, porque esto que es un espacio de opinión se viste hoy de crónica parlamentaria, aprovechando que por la sesión plenaria del Congreso de los Diputados pasó ayer la discusión sobre si tomar o no en consideración del debate del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha, perfecto Pisuerga para este Valladolid. Y como estudié más para cronista que para opinador, vamos a ello.
Casi casi doce años después del último debate similar, aquél en el que la única mayoría del PP de cuando Mariano Rajoy refrendó la única mayoría del PP de Castilla-La Mancha de cuando Cospedal para reformar la Carta Magna patria solo para bajar el número de diputados, la Cámara Baja volvió a acoger la misma puesta en escena. Esta vez, eso sí, con contenido en los fondos y en la forma.
La de ayer traía otras hechuras y un perfume de consenso que, aunque cierto, no sirvió para que los dos líderes de las grandes fuerzas políticas de esta región utilizaran el envite en términos casi electorales, aunque no tocara. Les contaré en el último párrafo.
Porque el primero va para la única formación que votó en contra. Vox, en una imperturbable línea de coherencia con lo que venía avisando, fue el único grupo parlamentario que coloreó de rojo sus bombillas –junto a un diputado de Unión del Pueblo Navarrio– en la votación para rechazar de plano el proyecto de reforma estatutaria. Y lo hizo limitándose a criticar el aumento de diputados en diferido que supondrá el cambio de la norma, que no tendrá efecto hasta 2031. Desde la base de sus particulares cuentas de la vieja que hablaban de 28 millones de euros al año en gasto adicional solo para pagar a sus señorías, los de Santiago Abascal, en la voz del toledano Manuel Mariscal, escenificó desde la tribuna de oradores su desmarque del debate. Y como toda buena obra de teatro, tuvo también carga dramática en la interpretación. «Esto es lo que hará Santiago Abascal con esta estafa bipartidista cuando gobierne», espetó desde la tribuna de oradores mientras rompía una hoja de papel. Esta escueta interpretación les sirvió para dar por defendida su postura, sin dar más pistas sobre si se han leído las otras 44 páginas del nuevo Estatuto.
Del otro bando, una pintó en copas y otra en espadas. La primera, porque Sumar brindó su voto afirmativo pero poniendo deberes a los grandes partidos a la hora de tramitar las enmiendas parciales que están por venir; la segunda, porque Podemos, que habló en nombre del Grupo Mixto, se abstuvo mientras afinaba el Cuerno de Vorondil para levantar en armas a toda la Tierra Media, que Tolkien me permita la licencia.
Una línea me sobra para despachar la postura de los cuatro grupos independentistas, PNV, Bildu, Junts y ERC. Casualmente, una línea más de las que ellos usaron para explicar posición, porque nadie con sus colores pasó por la tribuna. Junts y Bildu no votaron, PNV votó a favor y Esquerra se abstuvo, y lo hicieron gastando más calorías pulsando el botón de su escaño que verbalizando su postura. Ya saben, lo de hablar de autonomía solo les cuadra si es para hablar de la suya
Pero el plato fuerte para el cronista que firma vino en los entremeses. Paco Núñez, Emiliano García-Page e Isabel Abengózar fueron los encargados de defender el texto, una terna que vino a llamarse ‘Comisionado’ y que fue elegida por el Parlamento de Castilla-La Mancha para la ocasión.
Y es que el ‘popular’, aprovechando que el foco mediático que le alumbraba se ensancharía durante seis buenos minutos, tuvo un punto de valentía y se puso un sayo presidencialista que les resumo en cuatro frases: «La base del cambio político y social que merece Castilla-La Mancha». «Un nuevo Estatuto para un nuevo tiempo». «Abrir la puerta al futuro para poder prosperar». «Lo mejor está por llegar». Y un as más para el repóker: «Asumo la firme defensa del agua como instrumento de desarrollo», un órdago a chica que puede darle, a lo sumo, un amarraco, pero digno de destacar en todo caso si se tiene en cuenta que de momento su partido es solo subcampeón en la batalla por el relato hídrico.
La respuesta del presidente, más allá de recalcar la «lealtad» del nuevo Estatuto con el espíritu constitucional, sirvió para arrogarse el consenso alcanzado y, al mismo tiempo, para colgarle al PSOE la medalla de toda la prosperidad cosechada en las últimas cuatro décadas. «Tener la confianza mayoritariamente durante tanto tiempo para mí es un aval de legitimiadad», defendió.
Y así fue como esta reforma estatutaria tiró abajo la puerta del Congreso de los Diputados, primera de las baldosas amarillas en el tablero nacional que debía superar para continuar su tramitación. Queda tinta por escribir, argumentarios por afinar y enmiendas que debatir. Pero, hoy por hoy y de momento, lo único cierto es que el mérito de la última de las grandes mayorías parlamentarias a la hora de recontar una votación en el Congreso hay que colgárselo a Paco Núñez y a García-Page. Por si Pedro Sánchez y Núñez Feijóo me leyeran.
Humberto del Horno

