El cantante Manolo García (Barcelona, 1955) acaba de celebrar sus 70 años con la misma energía que le llevó a convertirse en una de las voces más queridas del pop español. El que fuera líder de El Último de la Fila continúa sobre los escenarios con una nueva gira por los principales teatros del país y el lanzamiento de su último trabajo discográfico, Drapaires poligoneros, donde demuestra que sigue tan creativo y poético como siempre.
Pero, aunque su acento y su carrera están marcados por Barcelona, lo cierto es que el alma de Manolo García también late con acento manchego. Sus raíces familiares se hunden en la provincia de Albacete, concretamente en el pueblo de Férez, un pequeño rincón de la Sierra del Segura donde pasó buena parte de sus veranos de infancia y juventud.
Allí, entre huertos, acequias y noches de verano, el artista aprendió muchas de las cosas que -según ha confesado en más de una ocasión- le ayudaron a mantener «los pies en el suelo». García recuerda aquellas tardes ayudando a su abuelo a regar el huerto «de noche y descalzos», cuando el agua escaseaba y la vida era sencilla pero intensa. En Férez, dice, descubrió «la fuente de vida y cultura» que lo ha acompañado durante toda su carrera.
«Albaceteño a muchísima honra»
Su vínculo con esta tierra fue reconocido oficialmente en 2019, cuando recibió la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha durante el acto institucional del Día de la Región, celebrado precisamente en Albacete. Aquel 31 de mayo, el músico quiso expresar su emoción recordando que, aunque nació en Barcelona, sus raíces están profundamente ligadas a Albacete y a su Sierra del Segura. «No tengo el corazón partido -dijo entonces-, lo tengo doble. Soy catalán a mucha honra y orgullo, y albaceteño a muchísima honra y orgullo».
Manolo García agradeció «de corazón» una distinción de la que, según reconoció, no se sentía merecedor, pero que «llevará con honor y orgullo». En su discurso, evocó los orígenes de sus abuelos y cómo «marcaron su infancia», dejando «una huella importante» en su vida.
Ese sentimiento de pertenencia sigue vivo en el artista, que incluso ha diseñado un mural en Férez, inspirado en su faceta como pintor, con el que quiso dejar una huella artística en el lugar donde aprendió a valorar la naturaleza y la tranquilidad. «Sí que me veo viviendo en el pueblo algún día -confesó en una entrevista-. Allí encuentro una paz y una dulzura de vida que no hallo en la gran ciudad».
Un tesoro escondido en la sierra
Situado al sur de la provincia de Albacete, Férez es uno de esos lugares donde el tiempo parece ir más despacio. Con poco más de 600 habitantes, el municipio se encuentra rodeado de montañas, olivares y campos de cultivo, y forma parte de la Sierra del Segura, una de las zonas naturales más bellas y desconocidas de Castilla-La Mancha.
Su historia se remonta a la época medieval. Fue conquistada a los musulmanes durante el reinado de Fernando III y más tarde pasó a manos de la Orden de Santiago, dentro de la Encomienda de Socovos. En 1488 obtuvo el título de villa, y desde 1833 pertenece a la provincia de Albacete.
Férez es también un destino ideal para los amantes de la naturaleza. El cercano Pantano del Cenajo y el curso del río Segura ofrecen paisajes perfectos para la pesca o el senderismo. Rincones como El Rincón del Río, La Mina, Hijar o Molino Viejo son auténticos paraísos naturales, donde todavía pueden observarse especies como la garza, el pato salvaje, la nutria o la cabra montés.
El cine también dejó su huella en este municipio. Algunas escenas de la mítica película Amanece, que no es poco, de José Luis Cuerda, se rodaron en sus calles, añadiendo un toque de historia cinematográfica a su encanto rural.
Hoy, Férez es un símbolo de la vida tranquila, de la autenticidad y de la belleza natural de Albacete. No es de extrañar que un artista tan sensible como Manolo García siga encontrando en este pequeño pueblo el refugio perfecto para desconectar del ruido y volver, una y otra vez, a sus raíces.

