De la oficina al campo. Así podría resumirse la historia de Sonia Gómez, una mujer que hace cinco años decidió dejar su trabajo como administrativa en Albacete para ponerse al frente de la finca familiar en Almansa, donde hoy cultiva principalmente brócoli y cereales. Su vida dio un giro de 180 grados, ya que cambió el blanco de las paredes de la oficina por el verde del campo, y aunque reconoce que el cambio fue grande, asegura con rotundidad que no se arrepiente.
Hace unos meses, Sonia contaba a El Digital de Albacete cómo tomó la decisión de continuar con el legado familiar justo cuando sus padres se acercaban a la jubilación. «Somos tres hermanas y ninguna se animaba a seguir. Con lo que les ha costado a mis padres sacar adelante la finca, no quería dejarlo perder», explicaba.
Así, en 2020 decidió dejar la ciudad y volver a su tierra para empezar una nueva etapa como agricultora. «Siempre he estado vinculada al campo, ayudaba cuando podía, pero esto es diferente. Aun así, no me arrepiento de nada», reconocía.
Un sector tradicionalmente masculino
El traslado a la finca no solo le permitió continuar con el negocio familiar, sino también ganar en calidad de vida. «El trabajo aquí es duro, más físico, pero me aporta libertad. Fuera de la época de cosecha puedo estar tranquila, aunque cuando llega la plantación o la recolección sin ayuda es muy complicado hacer algo tan sencillo como ir a recoger a mi hija del colegio», explicaba.
Aunque cada vez son más las mujeres que se incorporan al sector agrario, Sonia admitía que todavía existen prejuicios. «Aún te encuentras con gente que te da la espalda por ser mujer. Lo he vivido en primera persona. Antes de hablar conmigo, muchos van a mi padre, cuando él ya está jubilado y soy yo quien lleva todo», contaba. «A veces eso te hace sentir mal, pero hay que seguir adelante».
Retos, esfuerzo y futuro
El campo no atraviesa su mejor momento, con precios bajos y costes elevados, pero Sonia no se rinde. Tras incorporarse, solicitó una subvención del Gobierno regional con la que pudo instalar placas solares en su finca. «Llegué a pagar 12.000 euros al mes de luz. Era insostenible. Gracias a las placas, he conseguido reducir el gasto entre un 50 % y un 60 %», explicaba satisfecha.
A pesar de las dificultades, Sonia consideraba que tomó la decisión correcta. «El campo es duro, pero también te da tranquilidad y libertad. No me arrepiento en absoluto de haber cambiado mi vida», aseguraba.

