El pasado domingo, Morante de la Puebla sorprendió a propios y extraños tras cortarse la coleta en Las Ventas después de desorejar en la mejor plaza del mundo a un ejemplar de Garcigrande. De repente y sin que nadie lo esperara, Morante se fue al centro del ruedo y se quitó la coleta ante la mirada atónita de todo el mundo del toro, pues la noticia, como es normal, trascendió mucho más allá de los muros de la Plaza de Toros de Madrid. Tras su adiós, es momento de echar la vista atrás y hacer un recorrido por lo que ha sido el paso de Morante por Albacete, pues a pesar de ser una figura del toreo, el de la Puebla del Río nunca ha salido por la Puerta Grande del coso de la calle Feria.
Genio como pocos y con una mente privilegiada para el toreo, Morante de la Puebla no era un torero de esos de causar indiferencia, pues mientras que para muchos el diestro era el ‘recopetín‘ y sólo por hacer el paseíllo ya le daban las dos orejas, otros se mostraban con cierta crítica hacia él cuando sus actos así lo requerían, como aquella tarde que despachó en menos de un minuto y medio en Albacete a un ejemplar de Samuel Flores.

Así las cosas, José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, se cortó la coleta el pasado domingo 12 de octubre en Las Ventas, tras desorejar al cuarto de la Corrida de la Hispanidad, y salió a hombros por la Puerta Grande. El gesto —símbolo de despedida— conmocionó a la afición y certificó el cierre, al menos por ahora, de una de las carreras más personales y discutidas del toreo moderno.
En Albacete, plaza de suertes altas y memoria exigente, ese portón de la gloria seguirá siendo su asignatura pendiente: la ciudad nunca vio a Morante salir por la Puerta Grande. Sí lo celebró, lo padeció y lo discutió; pero jamás lo llevó en volandas hacia la calle de la Feria.

Figura y genio (y rareza)
Morante ha sido, durante casi tres décadas, figura del toreo y, sobre todo, genio: inimitable en las verónicas, clásico y caprichoso, capaz de convertir una tanda en liturgia o de desesperar a la plaza. Su hoja de servicios lo avala: alternativa en Burgos (1997), padrino César Rincón y testigo Fernando Cepeda; confirmación en Madrid (1998), y tardes capitales en Sevilla y Madrid. En 2023 firmó en la Maestranza un rabo —el primero a pie en 52 años— y, ya en 2025, abrió por primera vez la Puerta Grande de Las Ventas el 8 de junio, en la Beneficencia; cuatro meses después repetiría y diría adiós.
El torero sevillano hizo pública su lucha con la salud mental —un trastorno disociativo y un cuadro depresivo—, asunto que condicionó pausas y regresos, y que hoy añade matices humanos a su despedida. ¿Adiós o hasta luego? Con Morante, por su condición de artista y por esos demonios íntimos que confesó, el desenlace siempre fue —y sigue siendo— más una conjetura que una certeza.

Morante y Albacete: faenas, heridas y broncas
La relación de Morante con la mal llamada La Chata es tan intensa como irregular. El 14 de septiembre de 2000 resultó corneado por un toro de Daniel Ruiz en corrida compartida con El Califa y Rafi de la Viña; aquella tarde quedó escrita a fuego en la estadística y en la memoria.
Años después, también un 14 de septiembre, pero en este caso de 2022, Albacete le pasó una factura severa: monumental bronca cuando abrevió con un Samuel Flores de nombre Pernachiquillo —581 kilos, nº 3, cinqueño, negro— al que despachó en 1 minuto y 18 segundos tras cuatro mantazos y bajonazo. La afición, que paga y exige, se lo reprochó sin paños calientes.
No todo fue agrio. Morante también se acarteló en la tradicional corrida benéfica de ASPRONA, cita a la que Albacete guarda especial cariño; en 2022 actuó con Paco Ureña y el entonces novillero Manuel Caballero, con reses de Daniel Ruiz.

La baja de Morante en Albacete durante la pasada feria
Morante estaba anunciado en la pasada Feria de Albacete 2025 —sábado 13 de septiembre— junto a Roca Rey y Paco Ureña, con toros de Daniel Ruiz, en un cartel que causó máxima expectación. Pero el sevillano causó baja al resentirse de la cornada sufrida en Pontevedra a mediados de agosto y fue sustituido por Manuel Caballero, que tomó la alternativa en su lugar.
El informe clínico que motivó esa decisión, emitido por la clínica Traumartis y firmado por el doctor Alejandro José Vera Ojedo, describía una cicatriz de unos 15 cm en la cara interna del muslo derecho, con eritema y dolor irradiado a zona isquiática y miotendinitis de aductores. Las ecografías evidenciaron cambios cicatriciales y espacios anecoicos compatibles con seroma, sin déficits neurológicos ni herniaciones. Prescribía analgésicos, fisioterapia antiinflamatoria y reposo relativo, evitando esfuerzos y largos periodos de bipedestación/sedestación durante al menos una semana, con revisión a siete días.

La cornada de Pontevedra fue grave y requirió cirugía: herida anfractuosa con dos trayectorias (10 y 6 cm) y afectación del abductor mayor. Un percance que marcó su tramo final de campaña.
Morante se fue por donde quiso irse: por la Puerta Grande de Madrid, cortándose él mismo la coleta en los medios, como en las viejas liturgias. Albacete, que lo admiró y lo discutió, no vio jamás la imagen del sevillano saliendo a hombros de su albero. Queda la deuda estética de un genio que ha sido distinto a todos —y a veces raro—, capaz de tocar el cielo o de encender la ira del tendido. Si es un adiós o un hasta luego, sólo el propio Morante —y sus laberintos— lo sabrán.