ASÍ SUENA | Perdido en la vuelta

Artículo de opinión de Humberto del Horno

 ((Estoy perdido en la vuelta, nadie me aleja de la tormenta   La Vuelta – La Maravillosa Orquesta del Alcohol))

    Era octubre del 20, y los burgaleses de La Maravillosa Orquesta del Alcohol presentaban un adelanto de lo que sería su inminente disco, parte de un proyecto pre pandémico que mezclaba nostalgia y soledad, percusiones y saxofón a partes iguales. Hoy, el tema me da el pase de la muerte para ver si al menos tiro a puerta. 

   De pequeño, en una de esas infancias que por suerte mis coetáneos y yo pudimos disfrutar a salvo de la dictadura de las pantallas, el fin de la primavera traía aparejadas nuevas liturgias de patio de recreo. Con el buen tiempo, la jornada escolar continuaba y el inicio del Giro de Italia invitaba a cambiar el balón de fútbol por las chapas para simular la gran vuelta que aquellos ciclistas de los 90 completaban en tres semanas. 

   La puesta en escena era sencilla: el más hábil del grupo se disponía a marcar a golpe de la zapatilla sobre la arena del parque lo que sería el trazado de la etapa de turno, mientras el pelotón se disponía a ir de bar en bar pidiendo chapas sobrantes. Una vez repartidas, se elegían las menos dobladas a su mitad, que a la postre serían las más rápidas y estables. Los había, incluso, que con rotuladores Carioca se encargaban de colocar a cada chapa competidora su particular ‘maillot’. Giani Bugno, Piort Ugrumov, Abraham Olano, Richard Virenque… y a jugar. Ganaba el que llegaba antes.

   Lo que tienen las vueltas ciclistas, que dan para mucho. Sobre todo si las colocas bajo el microscopio de la estrategia política con esa forma tan pintoresca de quedarse en la superficie de los problemas sin ir más allá ni echar cuentas de lo complicado que es el fondo. Imitando a las principales fuerzas políticas de este país, voy a quedarme solo en la espuma del suflé aprovechando los ecos del final de etapa que nunca fue el pasado domingo.

   No es raro que cualquier partido político quiera rentabilizar un movimiento social, sea el que sea. Y lo que pasó en las calles de Madrid no fue una acción política, fue una reacción social. Es por ello que todos los torpes movimientos por sacarle rédito en lo político, son absolutamente ridículos. 

   Ahora que lo que pasa al otro lado del Mediterráneo parece que puede mover la balanza electoral, todos los actores toman posiciones, y cualquiera diría que todos ellos lo hacen desde la premisa de que quienes tendrán que depositar el voto son absolutamente imbéciles. Cada uno, en todo caso, con distinto grado de gravedad.

   El PSOE, ese que ostenta el Gobierno, ha recibido la protesta como lo que le supone, un bálsamo que le permite desviar la atención de lo que estaba siendo su semana judicial más funesta. De ahí la tromba de ministros que no esperaran ni a que retiraran las vallas de La Castellana para salir a su particular palestra a lucir orgullo de pueblo español por su respuesta ante la matanza de Gaza. Como si ellos representaran a ese pueblo. Y mientras, diez días después de anunciar nueve medidas contra Israel con todo el boato que la acción merecía, seguimos sin rastro de la convocatoria del Consejo de Ministros que tendrá que darles la luz verde. Sumar, a lo que le toca. Soplar y sorber, que la sopa de siglas se le va acabando a cucharaditas. 

   Podemos, esa formación política en los huesos agarrada como puede al salvavidas de Irene Montero y del presupuesto que le llega de su doble escaño en el Parlamento Europeo para intentar volver a la relevancia, destila bisoñez. Porque solo cabe circunscribir en la inocencia ver al liderazgo bicéfalo de su cúpula arrogarse el movimiento de una sociedad que simplemente se ha cansado ante que sus políticos de ver niños muertos en la televisión. Contemplar a Ione Bellarra presumir de haber impulsado la movilización que culminó este domingo en la capital de España tras semanas emancipándose etapa a etapa causa rubor.

    En la trinchera de Génova, en cambio, están a otra cosa. Y eso que no es tan difícil aprenderse la lección. La ‘G’ con la ‘E’, GE; la ‘N’ con l ‘O’, NO; la ‘C’ con la ‘I’, CI; y lo que sigue hasta ‘Genocidio’ no es tan complicado de pronunciar. En el ADN de un partido que no gobierna porque no quiere cabe también el cinismo de todo lo demás. Desde Ayuso a Feijóo pasando por Almeida, ya nos ha dado tiempo a ver cómo sin un pestañeo se ha comparado una protesta ciudadana en el centro de Madrid con la Sarajevo de principios de los 90; se ha acusado a un presidente de atentar contra la vida de la policía; y se ha llegado a escuchar al mismo negacionista de la barbarie decir que la violencia ha vencido al deporte, una violencia que, en cambio no detecta en Palestina, por lo que sea.

   En cuanto a Vox, esa otra parte de la derecha, la de más allá para más señas, solo cabe empatizar con ellos, porque una orgullosa protesta contra la barbarie sionista ha terminado por ensombrecer esa gran cita supremacista prendida en Vistalegre bajo el paraguas de sus Patriots, los únicos que le valen.

   En este ring de lo que han llamado ‘polarización’, escucharán a unos y otros estirar de su lado de la cuerda con poca maña y con toda la fuerza que puedan permitirse dependiendo del cortoplacismo que requieran. Lo cierto es que Madrid puso la guinda a una semana de movilizaciones demostrando que la altura de miras no es algo exclusivo del estrado de un parlamento o del sillón de una sede de gobierno.

   Cierro con un recuerdo de siglo pasado en el parque cuando uno de los matones del barrio se coló en plena carrera de chapas para destrozar a patadas todo lo que pudo de nuestro trazado de etapa y de nuestro pelotón de chapas. Eso sí que fue violencia injustificada, y no lo del pasado domingo. 


Humberto del Horno

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