La crisis del sector educativo se ha comprobado tras los resultados de las oposiciones para docentes de Secundaria y FP. Una media de un 23% de las plazas en toda España (y hasta un 36% en comunidades como Madrid) se han quedado sin cubrir y se tendrán que crear listas extraordinarias para subsanar tal problemática. Es un asunto que, en un país civilizado, debería conducir a una reflexión en profundidad. Hace años optar a una plaza de funcionario docente era la aspiración de muchos egresados de la universidad. Cada día esto parece verse como algo menos atractivo. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué nos estamos quedando sin docentes, sobre todo en la escuela pública? Pero es todavía peor: si las plazas no se cubren con profesorado que ha superado una oposición, deberá hacerse con quienes no lo han hecho, lo cual sin duda se traduce en una calidad mermadarespecto a lo que cabría esperar en la preparación de quienes acceden a la docencia. Y una advertencia: lo anterior es la media. En algunas especialidades el número de plazas vacantes es mucho mayor: matemáticas, por ejemplo, Estamos ante una emergencia educativa de la que muchos llevan tiempo alertando, sin que la administración haya movido un dedo para abordar este problema de calado.
Esta situación tiene un diagnóstico: “Hay profefobia, se paga mal y hay persecución a los profesores”. Es la conclusión de Ramón Espejo, catedrático de la Universidad de Sevilla y autor del libro El laberinto educativo y el aprendizaje fake. Espejo denuncia la situación que atraviesa la educación en España. Espejo plantea que, por un lado, los docentes no reciben unas retribuciones acordes con todo lo que se espera de ellos (cada vez más). Pero tampoco son de las peores, lo que lleva a este docente sevillano a plantearse que aumentando los salarios el problema no se resolvería. Tampoco se trata de bajar el listón de las oposiciones, que es lo que seguramente hará la administración en su empeño de barrer debajo de la alfombra y que los problemas no se vean.
Según Espejo, es la “profefobia” la responsable de la pérdida de atractivo de la profesión docente, convertida en refugio de aquellos que no se ven capaces de optar a nada más. ¿Quién odia a los docentes? Para empezar, la administración, que los maltrata de manera inclemente con burocracia y amedrentamiento por parte de inspectores y a veces de directivas, especialmente feroz en el caso de quienes intentan de verdad enseñar y ser rigurosos. Reprender a un alumno por un mal comportamiento u otorgarle un suspenso son ideas que la pedagogía ha demonizado, demonización que la administración ha hecho suya. Un suspenso supone padres enfadados que acuden al centro airados y empoderados e inspectores que darán siempre la razón a quienes aleguen, da igual que sea sin ninguna prueba, que el suspenso es “injusto” o a que mi maravilloso hijo el profesor “le tiene manía”.

Pero, además, las aulas, sobre todo de muchos centros públicos, se han convertido en auténticos frenopáticos (véase el libro de Minio Rodríguez Cueto, Una profesión de mierda, que lo ilustra con brillantez y sentido del humor), donde reina la ley del más fuerte y en los que la pedagogía ha impuesto una prohibición de que se haga nada por regular la convivencia más allá del diálogo con los alumnos, los murales por la paz y el coloreado de unicornios. La comunidad de La Rioja culpaba hace poco a los propios docentes del deterioro de la convivencia y se les obligaba, por ley, a dejar de aburrir a los alumnos y a tenerlos entretenidos. ¿De verdad que alguien en su sano juicio puede pensar que esto es una profesión atractiva?
Entre lo que el catedrático denomina profefobia, y el ‘alumnocentrismo’ que él mismo denuncia, el papel del docente ha quedado relegado a un segundo plano. Por si fuera poco, Espejo critica también la prioridad que se está dando desde las instituciones a un modelo pedagógico en que da igual que no se enseñe nada, salvo socializar y conectar con las emociones, frente al de los docentes, que prima la enseñanza y el aprendizaje. La consigna es entretener y apaciguar, nunca enseñar nada, pues esto supone, según el postmodernismo pedagógico imperante, represión y no atender a los ritmos naturales del alumnado, que además saben más que sus profesores, según repiten los pedagogos en sus cursillos de formación sin quizás recibir los abucheos que tal estupidez debería generar de inmediato.
“No se tiene en cuenta a los expertos educativos. Se escucha solo a los pedagogos, reduciendo las clases a gestionar los sentimientos de los alumnos y a hablar de temas profundamente ideologizados pero de manera superficial y dogmática”, subraya Espejo. “Hay una clara persecución hacia los profesores, que cada vez más tenemos que dar clase repitiendo un guion que ha sido aprobado previamente por un sistema que opina que la mejor manera de enseñar anatomía a un médico es mediante la gamificación”, critica el catedrático.
Según Espejo, si la situación no cambia, el sistema está abocado a repetir este tipo de problemáticas de no conseguir demanda laboral para una oferta de estas características. Las condiciones laborales, la escasa protección al profesor y el control constante que ejerce el propio sistema sobre los profesionales harán huir a los profesores del futuro.