Eran exactamente las diez y diez de la noche cuando el Estadio José Copete quedó a oscuras. La cuenta atrás, que latía en la pantalla gigante del escenario, llegó a cero y, de pronto, la expectación se transformó en certeza: algo grande estaba a punto de ocurrir. Y ocurrió.
Uno a uno, los músicos fueron tomando posiciones mientras en las pantallas se proyectaba un vídeo con Leiva montado en una Derbi, destilando ese aire vintage que lo envuelve todo en sus conciertos. La escena olía a rock clásico, a nostalgia bien entendida, a la esencia de un artista que, como dicen los modernos, lleva ya muchos años instalado en su “prime”.

Y entonces apareció él. Bajo un sombrero inconfundible, con esa silueta flaca y elegante que es pura marca registrada. Sesenta kilos de talento enfundados en negro riguroso, botas blancas y una guitarra colgada que parecía extensión natural de su cuerpo. Con esa voz única, rasgada y cálida a la vez, emergió entre vítores para guiar a más de 9.000 personas por un viaje musical de casi dos horas.

El arranque no dejó respiro: “Bajo presión” abrió la noche y encadenó, sin pausa, a “La lluvia en los zapatos”, “Gigante”, “Lobos”, “Terriblemente cruel” y “Superpoderes”. Seis disparos seguidos que encendieron definitivamente el estadio antes de que Leiva dedicara sus primeras palabras al público. Ahí, con humildad desarmante, confesó que nunca se acostumbra a llenar estadios, que lo suyo es efímero, casi disculpándose por tanto éxito. Un destello de “síndrome del impostor” que contrastaba con la realidad: pocos artistas pueden presumir de llenar recintos, vender millones de discos y seguir girando sin descanso gracias a una conexión real con su gente.

El segundo mensaje fue un guiño a los vecinos de los adosados que bordean el José Copete, privilegiados espectadores de primera fila. “Perdón por el ruido”, dijo entre risas. Ellos, desde sus balcones, lejos de molestarse, parecían disfrutar tanto como los que coreaban a pie de césped.

El segundo bloque del concierto mantuvo la intensidad: “Sincericidio”, “Breaking Bad”, “El polvo en los días raros”, “Ángulo muerto”, “Flecha” y “Cortar por la línea de puntos” sonaron con fuerza antes de que Leiva se regalara una licencia creativa: un sorprendente “You never can tell” de Chuck Berry, versionado en español, que transportó a todos al legendario Jack Rabbit Slim’s de Pulp Fiction donde
Mia Wallace (Uma Thurman) y Vicent Vega (John Travolta) dejaron para la historia una de las escenas más icónicas soñada por Tarantino.

Después llegó uno de los momentos más íntimos de la velada. El madrileño pidió al público un pequeño viaje al pasado, cuando los móviles no interrumpían la magia de un directo. “Olvidad las pantallas”, suplicó. Y así, en un silencio casi reverencial, solo con su guitarra, interpretó “Vis a Vis”. Cuatro minutos suspendidos en el aire, guardados no en la memoria del teléfono, sino en la de cada asistente. Un instante irrepetible.

El tramo final fue un desfile de himnos: “La llamada”, “No te preocupes por mí” y un guiño a Pereza con “Como lo tienes tú”, “Estrella Polar” y “Lady Madrid”, que desataron la nostalgia y el júbilo. Leiva demostraba así que no reniega de sus raíces, que su historia también se escribe en plural con Rubén Pozo.

Los bises fueron la guinda: “Caída libre”, con el recuerdo en la memoria de los asistentes a la colaboración con Robe Iniesta, seguida del vitalista “Como si fueras a morir mañana”, coreada a pulmón por todo el estadio, y un cierre perfecto con “Princesas”, que transformó el José Copete en un coro gigante.

La despedida llegó con un sincero agradecimiento: Albacete, dijo, había sido uno de los públicos más respetuosos y entregados de la gira. Y con toda su banda –Juanchito, César Pop, Gato Charro, Tuli, Manolo Mejías, Jose Bruno y la recién llegada Mariana Mott– saludando al unísono, mientras sonaba de fondo “Sunshine Gateway”, Leiva se marchó del escenario. Frágil y gigante a la vez.

Una noche que quedará en la memoria colectiva de la ciudad, con el sello de un artista que no se cansa de reinventarse ni de recordarnos por qué el rock sigue siendo tan necesario.
/Fotos: Miguel Fuentes/




















































