(Orgulloso de estar entre el proletariado, qué dificil es llegar a fin de mes sin tener que currar y currar El vals del Obrero / Ska-P)
Ya lo decía la banda vallecana en los versos de la canción de la que me sirvo hoy como mecha. Y lo decía hace 30 años en una estrofa que los de más de 40 seguimos tarareando y no lo dejaremos de hacer, por muy ‘indies’ que nos creamos. Y siendo difícil llegar a fin de mes, lo es más todavía no llegar a casa de tu puesto de trabajo.
En el mismo espacio de tiempo que delimita este mes de agosto y en el que usted se fue de vacaciones y todavía no ha vuelto allá a donde le esperan, con suerte, ocho horas al día a cambio de un salario a fin de mes; hay hasta cinco trabajadores que yendo a ‘levantar el país’, que diría aquél, no llegó a la mesa a tiempo a la hora de cenar.
El último trabajador fallecido cayó de una altura de siete metros mientras se encontraba realizando trabajos de soldadura sobre una plataforma que volcó. Los dos operarios que le acompañaban corrieron mayor suerte: uno pudo contarlo al llegar a casa y otro al llegar al hospital.
En Ayna, un trabajador de 58 años se cayó desde un muro de 20 metros mientras trabaja en los aledaños de la carretera, cerca de Royo-Odrea. No era todavía el mediodía del pasado miércoles cuando un equipo del parque de bomberos de Molinicos intentó acceder a tiempo, sin lograrlo, a la complicada zona donde se encontraba el cuerpo precipitado. Pocas horas antes, en Hoya Gonzalo, un hombre de 58 años sufría un infarto fulminante mientras recogía hierbabuena.
Hace dos martes, otro operario de 55 años perdía la vida en un almacén de acero en pleno polígono Romica de la capital. Después de la hora del café, los servicios de emergencía se activaban después de que los compañeros del accidentado pudieran liberarle tras ser aplastado por los estabilizadores de un maión con grúa. No llegaron a tiempo.
La estadística negra que se queda para siempre marcando esta hoja del calendario la estrenaba en Pozohondo en la primera semana de agosto una trabajadora marroquí que desempeñaba su labor en una finca de Pozohondo fue aplastada por una carretilla. El helicóptero sanitario que se movilizó para intentar salvarle la vida tuvo que darse la vuelta nada más despegar, porque la empleada murió casi sin darse cuenta de que se moría. Ya no regresará a Jumilla, lugar donde residía.
Casualidad o no, ninguno de ellos murió en un despacho mientras hacía completaba una hoja de Excel, cualidad que comparten con prácticamente el cien por cien de todos los trabajadores que pierden la vida en el ejercicio de sus funciones.
Con este panorama y una hemeroteca que nunca falla, podemos afirmar que el trágico escenario se escribe y se describe en el mismo año en el que, promesa política mediante, habremos de estrenar el llamada Instituto de Salud Laboral, quizá el último de los compromisos con el diálogo social por cumplir por parte del Gobierno de Castilla-La Mancha, una foto más a cuatro bandas con sindicatos y patronal que de momento se le atraganta a la Junta.
Con 54 trabajadores fallecidos en sus lugares de trabajo el pasado año, el conteo va camino de repetirse un año más, colocando a la región en el top cinco de autonomías con más siniestralidad en cuanto a su población activa. Y mientras en el plano político se enredan con las soluciones, toca hacer una reflexión desde la colectividad.
Más inspecciones de trabajo, perseguir a las empresas incumplidoras, analizar y publicitar todas las causas de los accidentes mortales e invertir más en formación y control no debiera discutirse. Arrojar luz para dilucidar la responsabilidad de quien la tenga, sin estigmatizar, es algo que cualquiera puede compartir.
En 2024, once personas fallecieron en Albacete en accidente de tráfico. A este ritmo, el número de trabajadores que perderán la vida en lo que dura su turno superará con creces esta tasa. Pero no vemos, en cambio, campañas agresivas contra los accidentes laborales al estilo DGT; ni inspecciones disuasorias de incumplimientos como si fueran el pan nuestro de cada día como sí vemos a diario en las rotondas de la red de carreteras; ni multas al peso a cada mínimo incumplimiento de una empresa, como sí le ocurre a todos los conductores.
Sea cual sea la tecla a tocar, vamos tarde. Y lo iremos si no conseguimos que la conciencia de clase sea también pedirle al empleador que no nos mate o que no deje que nos matemos.
Humberto del Horno
 
				

