José Fernando Molina salió a hombros este sábado en Tarazona de La Mancha tras cortar tres orejas a una gran corrida con el hierro de la Palmosilla; acompañado por un genial Antonio Ferrera, que cortó otras tres, y por un magistral Miguel Ángel Perera.
Recién aterrizado de Perú, José Fernando Molina demostró con su primer toro de La Palmosilla que maneja el capote no solo con soltura sino con cierta gracia. Lo cuajó en varias verónicas poderosas y encajadas, igual que en Las Ventas hace una semana. Midió el castigo en varas, previo a un lucido tercio de banderillas en el que brilló, qué alegría, José María Arenas, matador de Munera recuperado para la causa. Brindó Molina al cielo la faena, a su abuelo, fallecido recientemente. Empezó de rodillas en el tercio, cambiando el viaje por la espalda e intentando ligar al natural con mucho desmayo, demasiado para que lo que toleraba el toro, emocionante en la embestida, aunque no fácil. Ni tontorrón, como es habitual en este encaste.

Trató siempre de torearlo perfecto, con la dificultad que ello conlleva. Se lo permitió el toro, pero solo a ratos. Los pases de pecho, made in Molina, los mejores del escalafón. Tragó mucho hasta que llegó la traca final. Un arrimón portentoso. La plaza se convirtió en un manicomio. «Torero, torero», le gritaban. Bajo el rún rún, unas manoletinas elegantísimas como aperitivo de una estocada formidable en la suerte contraria. Los tendidos de sol estallaron en cánticos de dudoso cariño hacia el primer ministro de España. Mientras, Antonio Ferrera se acercaba a Perera y le decía: «no veas cómo arrea el niño». Dos orejas se llevó Molina, al que ya poco le queda de aquel niño que se presentó en un festival en Albacete con las figuras para homenajear a su gran maestro Dámaso.

Al sexto volvió a recetarle la medicina del poder con el capote. Ganando pasos en cada lance y encajando los riñones para lucir cada verónica. Casi casi de salón. Brindó al público y empezó genuflexo mirando al tendido con un toro que exigía mando y no postureo. El lote con más genio se lo llevó Molina, que, consciente de las dos orejas y del triunfo generalizado, tampoco se puso el mono de trabajo. Pasito a pasito, pero ni suavecito ni despacito. Intentó torear bien por la vía del agotamiento, como hizo Rocky en la segunda batalla con Apollo Creed. Cuando bajó los humos el de La Palmosilla, el torero puso lo muleta para torear. En balde. Al final, por la vía del valor, con altas dosis de populismo, consiguió atraer la atención de un público que estaba ya borracho de toreo. Dejémoslo en borracho, sin generalizar. Había muchos niños. Se atrancó con la espada, aunque la oreja cayó, igual, por agotamiento.
Antonio Ferrera quiso agradar en el primero de la tarde, ‘Porfión’ de nombre, con ese capote verde oliva con las vueltas en manzana. Verde sidrina, como la que le daba Gabino Diego a Franco, el rottweiler travesti de Torrente. En el caballo le dieron mucho y fatal al noble toro de La Palmosilla. O fatal y mucho, mejor por este orden. Lo «acusó» después en la muleta. Entre comillas porque no dejó de embestir en cada uno de los cites. Y bien que lo aprovechó Ferrera, que por momentos consiguió ese temple tan genial que le imprime a sus obras. Carismático y dueño del escenario, capaz de parar la faena para pedir música. Y la banda, corriendo, no vaya a ser que se enfade el respetable. No hacía mucho calor, 30 grados, aunque al sol la sensación térmica debía ser sahariana. Más de 50 paisanos sin camiseta y bien hidratados. No hay grasa en Tarazona. Ni colesterol. Más fuertes que el vinagre, que dicen por la zona. Cualquiera le lleva la contraria a la guardia pretoriana de San Bartolomé. Qué envidia. Lo cuajó por los dos pitones, sin excesos, y en diálogo constante con el tendido. Lo mató perfecto al segundo intento y paseó la primera oreja de la tarde.

Con el cuarto, después de la merienda, Ferrera, consciente de que la corrida era televisada, sacó todo el repertorio. Puso banderillas con acierto y se explayó después con la muleta. Desde el inicio, sentado en el estribo, hasta el final, con una estocada al encuentro, llegándole al toro desde más de 15 metros. El nudo, series con puro sello Ferrera. Máxima entrega, toreando con todo el cuerpo, a cámara lenta y buscando siempre la profundidad total. Un torero enciclopédico, Antonio Ferrera. Un tío genial. Un pedazo de torero. Cuajó a un torazo excelente, ‘Juguete’, de nombre, premiado con la vuelta al ruedo. Espectáculo completo, toro y torero. Por estas cosas somos taurinos, supongo.

Miguel Ángel Perera se enfrentó en primer lugar a ‘Cavoso’, vulgarcito de cara, pero bien comido y de expresión agradable. Lo cuidaron mucho en los primeros tercios para aguantar ese buen son que se venía presintiendo. No se equivocaron. Perera, siempre a media altura, dosificando la exigencia y midiendo el ritmo de la muñeca con exquisita precisión, consiguió sacar del público los olés de verdad. Un temple prodigioso. El dominio que dan más de dos décadas de excelencia. Bien lo saben en Albacete. Combinó lo fundamental con pasajes rodilla en tierra. El toro le permitió disfrutar, casi olvidarse del cuerpo. Una embestida categórica, de las que hacen a las ganaderías entrar por el ojo de las figuras. Bajo los acordes centrales de ‘Amparito Roca’, dejó cuatro naturales inmensos y unas luquesinas como epílogo que volcaron la plaza. Estocada entera defectuosa a la segunda y una oreja. Nada más. Tampoco escaló la petición. Tarazona sí valora la espada, debe ser. Lo celebramos.

Con el quinto sufrió un tropezón tras rematar el saludo capotero. Perdió pie justo en la boca de riego, que no estaba, digamos, como Dios manda. Antes de empezar el festejo ya advirtió Ferrera a los operarios de plaza que el piso no era estable. Salió Perera cojeando a brindar al público en los medios. Con gestos de dolor. Quizá un esguince jodido. Cualquier futbolista estaría llorando. Inició por estatuarios y rápido se fue a los medios para ligar tandas de mucho temple. Elegante siempre y tratando de no forzar la figura. No es fácil condensar todas esas virtudes para un torero como él, cercano al 1,90. La alta estatura es un hándicap para el toreo bueno. Perera es la excepción en la historia del toreo que ha confirmado esa regla. Si la dimensión con su primero fue excelente, con el quinto fue insuperable. Bajó la mano más allá de lo humanamente posible y tiró de las embestidas de un toro de caramelo. Otro animal para soñar el toreo de Javier Núñez, un ganadero de lujo. Faena quizá para otra plaza. Volvió a matar a la segunda y otra oreja al esportón.

FICHA DEL FESTEJO
Sábado 23 de agosto de 2025. Tarazona de La Mancha (Albacete). Feria de San Bartolomé. 3/4 de entrada. Toros de La Palmosilla, muy bien presentados y de juego excelente, salvo el 6º, con mucho genio. El 4º, premiado con la vuelta al ruedo.
Antonio Ferrera: oreja y dos orejas tras aviso.
Miguel Ángel Perera: oreja y oreja tras aviso.
José Fernando Molina: dos orejas tras aviso y oreja tras aviso.
/Fotos: Mariano Giménez/