((Estáis aquí, estáis aquí; ahora mismo estáis aquí; no puedo veros pero sé que estáis aquí — Estáis aquí – Sidonie))
De todo lo ya analizado en los siete últimos días de la actualidad política queda poco por decir, opinar o discutir, así que no vendré yo a subrayar nada de lo ya escrito o publicado como si quisiera descubrir alguna arista nueva que convenza o desmienta a unos y otros. El informe de la UCO que catapultó a Santos Cerdán a la palestra de los despreciables, como en el caso de los otros dos necesarios mosqueteros de la terna, tiene algo que no tenía ninguno de los titulares de prensa de los meses precedentes contra el Gobierno y quien lo preside. Y es que esta vez, nadie puede negarlo, el tufillo a situación insostenible empieza a avinagrarse y a pegarse al paladar.
Más allá de intentar adivinar cuál será el próximo truco de prestidigitador que esté calibrando el presidente, ya van quedando cada vez menos conejos en las chisteras con las que arrancó la legislatura. De momento, los que tenían que reaccionar no se han salido del guión. Entre la moción de censura de Vox y la exigencia de adelanto electoral del PP caben pocas sorpresas; casi las mismas que en la tibieza anquilosada en los compañeros de legislatura y ni una más, ni una menos que en la aburrida equidistancia de mala higiene postural del socio de Gobierno.
Es por ello que los próximos capítulos de la historia no dependerán de ninguno de estos actores, llamados a ser los principales, sino de todos aquellos secundarios que han sido extras en la comparsa de un presidente del Gobierno que volvió el pasado año de su reflexión de cinco días empeñado en blindarse tras una guardia pretoriana que tendrá que caer sí o sí cuando él caiga primero, como en las películas malas de zombies, esas en las que matando al zombie original te cargas también a los que vinieron de su mano.
Dejando atrás el comentario de lo ya ocurrido y esquivando lo apetecible de elucubrar con lo que ocurrirá en el corto plazo, mi ambición de humilde analista quiere ahora ir más allá y jugar la final antes que los octavos, y pensar qué ocurrirá con el PSOE cuando el zombie desmembrado se lleve por delante a todo su ejército, ese que ahora manda en los socialistas de Andalucía, Aragón, Madrid, Comunidad Valenciana o Canarias a golpe de ministro.
Y es aquí donde emergen los extras, los de dentro, los de un partido de décadas de historia a los que sin remedio ya les ha manchado la salpicadura de la corrupción más casposa, esa de mordidas, Brumel y bar de luces. Solo una rebelión puede salvar a la segunda línea, aquella que hace campaña metro cuadrado a metro cuadrado, la que gobierna ciudad a ciudad, la que hace oposición pueblo a pueblo.
Con el prisma que ahora nos permite el paso del tiempo, rememorar el envite de García-Page hace dos semanas planteando que las elecciones generales debían sí o sí distanciarse de las autonómicas y locales pasa ahora por algo más cuerdo todavía. En esta era en la que los argumentarios políticos duran lo que boletín y medio de noticias en radio, ver la manera en la que ha fermentado lo que en principio era una sugerencia hace presagiar que terminará por ser un carro amplio para que poco a poco vayan cogiendo asiento más voluntarios.
La canción de Sidonie que ilustra esta columna lo dice claro: «Ahora mismo estáis aquí. No puedo veros pero sé que estáis aquí». Y es que cuando baje la inflamación en Ferraz y se apuntalen las estadísticas de intención del voto, incluso esas que dibuja a mano alzada el CIS con un trazo como el de que pide la cuenta de lejos al camarero, en ese instante en el que los socios miren para otro lado, será el momento de que la militancia empiece a subir el volumen. Y entonces se acordarán de quién fue el primero que, en soledad, agarró el altavoz pese a no tener ni eco en la respuesta.
Humberto del Horno