A escasos kilómetros de Liétor se encuentra el ‘Peñasco de los Infiernos’, un lugar casi inaccesible rocoso y sin vegetación, que fue el lugar elegido para esconder lo que hace 100 años formaba parte de la cotidianidad de las gentes de la zona, pero con el paso de los años se ha convertido en un auténtico tesoro.
Cerca de 200 piezas componen el denominado ‘Ajuar de los infiernos’, encontrado de forma casual por cinco jóvenes de la localidad en septiembre de 1985, cuando eran prácticamente unos niños. José Antonio Cortés, agitador cultural de la zona de Liétor en la actualidad, era uno de aquellos niños. Cortés nos cuenta que “esta hazaña ocurrió hace 40 años. Por aquel entonces teníamos 14 años y al salir del colegio siempre salíamos en busca de aventuras. Nos encantaba escuchar las historias que nos contaba Francisco Navarro Pretel, al que nosotros llamábamos Don Paco, el cura- párroco del pueblo, tristemente fallecido en 2022. Don Paco era un gran apasionado de la cultura en general, de la música, la arqueología, la pintura, y la religión. Él nos hizo entender la suerte que teníamos de vivir en un pueblo como Liétor, y nos transmitió la pasión de disfrutar de la naturaleza y de todo el patrimonio cultural que nos rodeaba”.

La zona de los infiernos
Sin duda alguna, la figura de Don Paco fue clave en este descubrimiento fortuito, porque “él nos había hablado mucho de la zona de los infiernos. Se trata de una zona delimitada perfectamente en la ladera de una montaña, muy llamativa por ser totalmente diferente a su entorno y a las montañas que la rodean. Y es que, a pesar de que el río Mundo hace que todo a su alrededor sea verde y frondoso, no ha podido con este paisaje tan agreste, rocoso y sin vegetación. Se compone de piedras cortantes y ennegrecidas, rocas inclinadas unas con otras formando una especie de agujeros. La imagen es como la de un volcán rodeado de rocas volcánicas. De hecho, Don Paco nos había contado en alguna ocasión que esta podría haber sido una zona volcánica en tiempos pasados, así que armados de valor fuimos en busca del cráter de aquel volcán. Con esa idea de encontrar el cráter, agujero que veíamos, agujero en el que nos metíamos. Nosotros decíamos que eran cuevas del infierno, pero en realidad eran una especie de simas, agujeros que han ido creando las rocas al caer unas encima de las otras”, aclara.

El misterio del tesoro del infierno
De este modo, Juan Antonio, Ramón, Rafael, Pascual, y José Antonio se encaminaron hacia el ‘Peñasco de los infiernos’ al más puro estilo de ‘Los Cinco’, aquella serie de novelas juveniles de Enid Blyton, en las que un grupo de jóvenes ejercían como detectives ante numerosas situaciones de misterio y aventuras. “Tras recorrer parte de esa zona, no muy amplia, pero sí difícil de andar por ella debido a su complicada orografía, nos íbamos metiendo en cualquier hueco que encontrábamos, con esa emoción de unos niños con gran imaginación, inspirados por la lectura de aquellos famosos libros de aventuras que repasábamos muchas tardes en la biblioteca. Tras encaramarnos y rondar entre esas piedras, nos fijamos en unos pequeños huecos, muy estrechos para una persona adulta, pero suficiente para que unos niños ansiosos de aventura. Nos arrastramos entre afiladas piedras, y viendo que ese pequeño hueco se extendía, seguimos en nuestro empeño de continuar hasta ver dónde nos llevaba. Es difícil describir con palabras ese momento de sorpresa y emoción, mientras los cinco continuábamos metiendo nuestros pequeños cuerpos entre piedras y arena. Llegó un momento en el que parecía que habíamos llegado al final de la sima, hasta que las manos de Juan Antonio tocaron algo que le extrañó. No llevábamos ninguna linterna ni luz artificial, pero al tacto parecían unas cañas de las que hay en el río. Nos extrañó mucho, así que fue tirando de ellas mientras los demás nos íbamos acercando hasta descubrir que allí había algo escondido”, narra.

El sitio era muy estrecho, por lo que hicieron una cadena humana y se fueron pasando las piezas para ir sacando todo lo que las manos les alcanzaba. Cortés indica que “la primera pieza que salió fue un soporte metálico sobre el que supuestamente se colocaban los candiles, quizá por su tamaño, el que ocultó el ajuar en su día, decidió que fuera la pieza que cerraba y ocultaba, junto a las cañas, al resto de piezas. Los gritos de júbilo y alegría eran increíbles, porque no encontramos el volcán, pero encontramos un tesoro. Ante la magnitud del hallazgo, y sin todavía saber lo que aquello significaba a nivel arqueológico, fuimos corriendo a contárselo a la persona en la que podíamos confiar, que era Don Paco, nuestro cura. Después de recorrer los 45 minutos que hay desde el lugar al pueblo, llegamos a Liétor y le contamos nuestro descubrimiento. Don Paco se emocionó mucho y decidió acompañarnos al sitio, junto a otros amigos del pueblo con inquietudes de aventura que ayudaban al cura en sus investigaciones”.

Museo parroquial de Liétor
De este modo, el Grupo de los cinco creció y se unieron Juan Pedro, María, Rafa, Eloy, Teresa, Miguel, Javier, Alfonso, Mari Carmen, y una persona adulta que fue al cuidado de todos los niños, llamado Antonio López ‘El labra’. “Al llegar de nuevo a la sima, nos fuimos organizando para sacar todas las piezas que allí había amontonadas sin ningún orden, como si hubieran tenido que esconderlas con prisa por algún motivo. Poco a poco y con mucha dificultad fuimos llevando las piezas al Museo Parroquial de Liétor, el cual se convirtió por un tiempo en la sede de nuestro tesoro. Allí se fueron depositando, organizando y con mucha emoción, estudiando cada una de ellas. Entre los materiales recuperados había piezas de metal, como azadas, lanzas, espadas, bocados de caballo, un pequeño frasco de vidrio para ungüentos, utensilios de cocinar, y así hasta un total de casi 200 piezas”, puntualiza.

El Candil del Ciervo
Entre estos hallazgos, los más llamativos e icónicos por su forma son dos candiles árabes con forma de ciervo, uno de ellos con una inscripción árabe que dice ‘Obra de Rashiq’. “Fue Antonio López, del bar ‘El labrador’, quien sacó con un escavillo uno de los dos famosos candiles, un candil con forma de ciervo al que bautizamos como ‘El candil del ciervo’. A partir de ese momento el ‘Tesoro de Los Infiernos’ corría de boca en boca entre todos los vecinos, arqueólogos interesados en el estudio de aquellas piezas, y prensa de aquella época. Tras varios estudios por prestigiosos arqueólogos, entre otras publicaciones, se editó ‘Liétor. Formas de vida rurales en Sarq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI’, un libro donde se detallan las piezas encontradas”, refleja.

Traslado de las piezas al Museo de Albacete
Las piezas estuvieron custodiadas durante un tiempo en el Museo Parroquial de Liétor, algo que “era un orgullo para todos los vecinos. Y es que, en el pueblo podíamos presumir ante amigos, familiares y turistas de nuestro tesoro particular. A pesar de tener todas las piezas muy bien conservadas y protegidas con una alarma en el Museo Parroquial, las autoridades decidieron que por seguridad y conservación, nuestro ‘tesoro’, debía trasladarse al Museo de Albacete. Los letuarios se indignaron y enfadaron por ello, pero lamentablemente no se pudo hacer nada. Es una pena, porque sería un gran recurso turístico para la localidad”, lamenta.

Una aventura que marcó sus vidas
Hoy en día, tras 40 años del descubrimiento, aquellos jóvenes de Liétor recuerdan con pasión aquella aventura que marcó sus vidas para siempre. “Unos años después del descubrimiento creamos una asociación que se mantiene todavía, ‘Asociación Grupo Museo’, que está muy activa en el sector del turismo y la cultura de la zona de Liétor. Además, el logotipo de la asociación es el candil que encontramos en aquella aventura. Hoy en día mantenemos de alguna forma la llama viva de aquel hallazgo, y gente como Juan ‘El drogas’, hace réplicas del candil en arcilla. Fue una aventura emocionante que nunca olvidaremos, y nos gustaría que ahora la gente joven del pueblo la conozca. De hecho, nuestra idea es poner una pequeña estatua en una zona visible del pueblo, que representa uno de los candiles encontrados, una pieza clave por su interés arqueológico y ser una pieza única”, asegura.

Un ajuar andalusí
El ajuar andalusí de los siglos X- XI lo forman útiles de pesca, caza, agricultura, artesanía, objetos de uso doméstico, de transacciones comerciales y de armamento. “Unas doscientas piezas que van desde plomos de red hasta un escudo, pasando por peines o un ungüentario, hacen de este conjunto uno de los más importantes de esa época encontrados, por la variedad de piezas allí reunidas que hasta el momento no existían restos”, concluye. Unas piezas que encontraron un día cinco jóvenes de Liétor bautizados como ‘La Mafia del Cura’, que un día al salir del colegio, fueron en busca del cráter de un volcán, y terminaron encontrando un verdadero tesoro.






















