Al otro lado del río // sobre todo creo que no todo está perdido // tanta lágrima, tanta lágrima // y yo soy un vaso vacío (Jorge Drexler – Al otro lado del río)
Imagine jugar una eterna partida de póker incrustada en un Día de la Marmota donde por sistema es siempre el mismo el que se lleva el bolsillo lleno a casa y no es usted, a quien le asaltan el botín de normal por lo civil pese a la apariencia de criminal. No es que el otro juegue mejor, no le tocan las mejores cartas, ni tan siquiera le hace falta impostar la cara de circunstancias para intimidarle, porque sabe de sobra que las fichas terminarán, sí o sí, en su lado de la mesa. Timbas desiguales de mesa inclinada para el lado que no es.
¿Qué hacer para paladear, al menos, una victoria? Cambiar el croupier o cambiar las reglas. Y eso es lo que pasaba el mismo lunes en el que se apagaban las luces en España en aquél fin del mundo de la semana pasada, ¿se acuerdan?. Coincidiendo en el tiempo con el fundido a negro, en algún despacho madrileño se volvían a repartir cartas de cara a unas nuevas normas de explotación del trasvase Tajo-Segura que llegan tarde y eso que ni siquiera han llegado todavía.
El Ministerio para la Transición Ecológica repartió cartas de nuevo, y con la baraja sobre el tapete, los jugadores cogían los naipes y echaban cuentas, afilando la cara de póker como paso previo a adivinar los próximos movimientos de los adversarios.
La sinopsis de la película desde el prisma castellanomanchego merece verbalizar que el avance ha sido importante y aún así no acerca la victoria definitiva.
Las nuevas reglas que ahora propone el Gobierno, si lograran cruzar la meta, serían receta suficiente para estabilizar Entrepeñas y Buendía en un acomodado nivel 2, situación que elevaría su umbral a los 1.600 hectómetros cúbicos en cabecera alejando aún más y durante tres cuartas partes del año el nivel 1 que obliga a desembalsar 60 hectómetros cada vez que se abre el grifo.
A Castilla-La Mancha, acostumbrada a ese lado de la mesa desde donde solo puede contemplar la muralla de fichas del codicioso Levante, le vino en forma de as la nueva propuesta para la situación de nivel 3, esa donde los embalses tocan el lodo, cuando más duele abrir las compuertas para ver pasar el agua por delante de la puerta de casa para mayor gloria de los pimientos que repartirán en carrozas por las calles de Murcia en el Bando de la Huerta del mes de mayo.
Y es que las nuevas normas blindan en ese doloroso nivel 3 que los trasvases se limiten a 11 hectómetros cúbicos por tacada, algo que será automático y que dista mucho de la discrecionalidad anterior en la que el croupier podía elegir, como casi siempre hacía, llegar a los 20 hectómetros.
Estas nuevas normas vienen amparadas por sentencias del Tribunal Supremo y directrices europeas que obligan a que el Tajo a su paso por Toledo y Talavera de la Reina se distancien cada vez más de la cloaca que supone asumir las aguas que el Jarama nos endosa a la altura de Aranjuez.
Más allá de lo teórico y evitando hacer del tablero un campo de batalla en el que se necesiten vendedores y vencidos, lo cierto es que ahora los lamentos vienen de 500 kilómetros al sureste. Lamentos acompañados de un argumentario perverso y retorcido. Escuchará usted que está en peligro la soberanía alimentaria de todo un continente, pero no es verdad. Le contarán que se ha roto el consenso de 2014 entre Castilla-La Mancha, Madrid, Extremadura, Comunidad Valencia, Andalucía y Murcia, cuando se fijaron normas «transparentes y objetivas». Pero tampoco será cierto.
Y mientras, se alargará el camino hasta la auténtica verdad: que todo es cosa de dinero, y que el mismo día en que el agua de las desaladoras de Levante cueste a la agricultura de la zona un solo céntimo menos que el agua del trasvase, justo ese día, el debate dejará de ser político.
Recojamos, pues, las fichas, ahora que podemos. Llenemos el maletín, vayamos a casa a pensar que poco a poco doblamos el pulso al destino, que, por fin, no tiene por qué ganar la banca.
Humberto del Horno