Una panadería de las de ‘toda la vida’ echa el cierre la próxima semana. Y es que, Manoli Tarancón, propietaria de la panadería artesanal ‘Horno Manoli’, en la albaceteña calle Arquitecto Vandelvira, ha decidido cerrar el negocio de forma definitiva.
Manoli se jubila tras 45 años de andadura, cerrando así uno de los establecimientos más míticos de Albacete, famoso por sus empanadillas, sus magdalenas, y sus bollos de mosto que, en estos días, veremos salir del horno por última vez. “Cuando me dicen que son famosas las cosas que hago no tengo más remedio que creérmelo, pero nunca he vacilado de eso porque lo hago tan a gusto, y me gusta tanto mi trabajo, que no me cuesta nada hacerlo. Durante 45 años me he levantado cada día a las 5:00 H de la mañana para tener las cosas hechas antes de las 6:45 H, hora en la que encendía las luces, abría la puerta, y ya tenía gente esperando para comprar. He estado en la panadería abriendo y cerrando todos los días yo ‘solica’, y no me he puesto enferma nunca, siempre al pie del cañón en estos 45 años”, subraya Manoli.
Un arte que le viene de familia
Nacida en Villamalea, Manoli es panadera, repostera y pastelera, algo que le viene de familia. “Mis padres eran panaderos, y se podría decir que yo nací en una artesa. Tenían una panadería en Villamalea, y unos años después la trasladaron a Albacete, al barrio ‘Cañicas’. Aprendí el oficio de panadera desde muy pequeña con mis padres, y también a hacer las magdalenas con aceite de oliva, como mi madre las hacía. Más tarde, todo lo que es bollería, repostería, y pastelería lo aprendí de mi suegra, a la que se le daba muy bien todo eso. Con ella aprendí a hacer muchas cosas, como los mantecados, las pastas de huevo, o los rollos de yema de huevo. Lo de las empanadillas ya fue cosa mía, porque soy muy cabezona, y hasta que no di con una fórmula que me gustara, no paré. Cuando por fin di con la tecla me alegré mucho, y pensé que si me gustaba a mí, también le gustaría a los demás, y parece ser que así fue”, celebra.
Horno Manoli, desde 1980
En 1980, cuando Manoli tenía 28 años, se fue a vivir a la calle Arquitecto Vandelvira, donde decidió montar su propia panadería. “Llegue nueva al barrio, pero enseguida fui conociendo a la gente, y la gente conociéndome a mí. Y eso que el local, al no tener escaparate a la calle, era peculiar y difícil al principio, porque la gente tenía que pasar dentro para conocerme, y ver que le podía ofrecer. Lo bueno es que siempre he seguido los consejos de mi madre, que decía que toda persona que entraba en su casa, se tenía que ir ‘gobernao’, o sea que siempre se le conseguía lo que necesitara, de una manera u otra. Así que poco a poco me fui abriendo camino en el barrio, y fuera de él, porque con el tiempo he ido haciendo clientes fijos que vienen de todas las partes de la ciudad, como el Hospital, la estación, o la zona de Imaginalia”, indica.
Las noches ‘al fresco’
En las noches de verano, no era raro ver a Manoli tomando el fresco en la puerta de la panadería, rodeada de vecinas y amigas. “Soy de Villamalea, y en mi pueblo hay costumbre de salir con las sillas a la puerta de casa a tomar el fresco. En este caso, la tienda y el horno están dentro de mi casa, así que cuando tenía calor, cogía una silla y salía a la puerta a tomar el fresco. Al verme sentada en la calle, una vecina se bajó conmigo, y luego la otra, y la otra, hasta que al final hicimos un corrillo que se ha convertido en algo tradicional en estos 45 años. Con el buen tiempo, todas las noches salimos al fresco un rato y estamos en la gloria. Nos contamos nuestras cosas, y al final siempre acabamos hablando de las recetas de nuestras abuelas. Cuando salimos al fresco se nos suelen hacer las 12 de la noche, por lo que duermo 5 horas, pero no me importa, porque ya me he acostumbrado a eso”, admite.
Ahora, en el mes de octubre de 2024, con 70 años, esta panadera de vocación con un toque especial para elaborar artesanalmente sus productos, ha decidido que es el momento de cerrar el negocio, jubilarse y así poder descansar. “Me quedo con la cercanía y el agradecimiento de la gente que durante estos días viene a verme al enterarse del cierre. He recibido mucho cariño, y eso me hace pensar que la clientela está satisfecha del servicio que he dado durante todos estos años, y que he cumplido con mi deber, haciendo lo que siempre me ha gustado hacer. Puedo decir orgullosa que, si volviera a nacer, volvería a elegir ser panadera”, concluye. Los vecinos de la calle Arquitecto Vandelvira van a sentir el cierre de este horno tan mítico y tradicional, y ya se preguntan: ¿Qué vamos a hacer ahora sin la Manoli?