Al llegar la pandemia perdió su trabajo, pero hace tres años encontró en La Gineta su inspiración y su hogar. Hoy conocemos a Cristian Tambor, un artista rumano que hace maravillas con fibra de vidrio.

Marín Cristian Tambor, que aprendió de su madre este oficio, nos cuenta que “ella fabricaba cosas pequeñas como jarrones, vasos o gatos, y al verla trabajar nació en mí la vena de artista. Parece ser que desde muy pequeño tenía talento para modelar cosas, así que, con el tiempo, me fui atreviendo con figuras de mayor tamaño, hasta llegar a las grandes dimensiones con las que estoy trabajando ahora”.

El artista nació en Alba Iulia (Rumanía), en 1965, pero en 2004 viajó a España en busca de sus sueños. “Vine a España con la idea de trabajar como artista y poder exponer, pero sabía que no iba a ser fácil.

En un principio llegué a Ocaña, donde estuve trabajando con el aluminio. Unos años más tarde me trasladé a Aranjuez, donde trabajé de conserje, hasta que llegó la pandemia y me quedé sin trabajo. En esos momentos me encontré en una situación de incertidumbre, y me di cuenta de que necesitaba cambios. No sabía muy bien por donde encaminar mi vida, hasta que encontré una nave de 500m² muy económica en La Gineta. En ese momento pensé que, por fin, podría llevar a cabo el sueño por el que había llegado a España, que no era otro que el de dedicarme en cuerpo y alma a mi faceta de artista, así que aposté por ello”, indica.

En La Gineta (Albacete) encontró su inspiración y su hogar
Ahora está viviendo en la misma nave donde trabaja y almacena las figuras. Él mismo montó un pequeño cuarto y una cocina, y tiene todo lo que necesita en su nueva vivienda. “Hace tres años, además de la inspiración, en La Gineta encontré mi hogar. Estoy muy ilusionado aquí, solito trabajando sin molestar a nadie, y sin nadie que me moleste a mí. Aquí vivo, trabajo, tengo mis herramientas, y almaceno todo lo que voy haciendo. De hecho, tengo tantas figuras en la nave, que se me está quedando pequeña”, asegura.

Y es que, los tamaños que emplea el escultor son reales, medidas con sumo cuidado, tanto el alto como del ancho, e incluso el peso. Así podemos ver entre sus piezas, más de 50 hasta el momento, animales como la jirafa, el elefante, el cocodrilo, el mono, el avestruz, el canguro, el tiburón, el tigre, la ballena, y hasta un dinosaurio. “Todos los animales que hago cuadran, en tamaño y peso, con el animal original. Todo comenzó cuando, guiado por mis habilidades con la soldadura, hice un cocodrilo. A partir de ahí me picó el gusanillo, y fui creando los demás. Aproximadamente, los animales más grandes me suelen costar un mes y medio de trabajo”, revela.

Estilo personal
Su manera de trabajar se basa en que “hay que tener mucha paciencia, porque sin paciencia no se consigue nada. Lo primero que hago es montar un esqueleto soldando las piezas de hierro. Por poner un ejemplo, la estructura del dinosaurio tiene 9 metros, desde la cabeza a la cola. Más tarde envuelvo el esqueleto con una tela de fibra de vidrio, y sobre esa capa empiezo a modelar con una pasta de papel que yo mismo elaboro. Esta masa está compuesta de papel reciclado, cola, y otros tres productos que completan una fórmula secreta que se ha convertido en la base de mi trabajo, mi toque personal. Esta pasta viene luego reforzada con fibra de vidrio, algo que le da una consistencia tremenda. Por último le doy una capa de pintura y barniz”, refleja.

Además de las figuras grandes, en honor a su madre fabrica vasos y botellas con aspecto y textura de tronco, ideales para tomar bebidas en ocasiones especiales.

Su ilusión sería exponer sus obras en Albacete, o en cualquier parta de la región. “Siempre estoy esperando que alguien llame a mi puerta para decirme que quiere exponer mi obra. Sería un sueño hecho realidad”, concluye. Con esa fuerza que le impulsa a continuar con su empeño, seguro que lo conseguirá.






















/Fotos y texto: Modesto Colorado/