Un bailarín albaceteño con sello internacional

Miembro del Ballet Nacional de Grecia

El bailarín albaceteño Ángel Martín-Sanz está alcanzando todas sus metas. Y es que, aunque empezó más tarde de lo habitual a formarse en danza clásica, su talento y constancia le han permitido triunfar a nivel internacional.

En la actualidad reside en Atenas, y es miembro del Ballet Nacional de Grecia, donde acaba de empezar su cuarta temporada. El bailarín nos cuenta que “formar parte de una compañía de esta envergadura requiere mucha responsabilidad. Es una compañía muy grande, con su propia orquesta y coro, y cuenta con un teatro enorme de más de 2000 butacas. Además, al ser una compañía nacional, todas las demás agrupaciones del país miran hacia ella, por lo que siempre hay que estar al más alto nivel”. 

Una compañía con la que, el albaceteño de 27 años de edad, ya ha podido participar, bailando en piezas de ballet clásico y contemporáneo. “Estoy muy contento con la experiencia, porque he tenido la suerte de trabajar con algunos de los coreógrafos más importantes del mundo, como Jiri Kylián, u Ohad Naharin, algo que ha supuesto un gran reto y una oportunidad única para mí como bailarín”, confiesa. 

Sus inicios en la danza en Albacete

Una trayectoria que comenzó en Albacete, en el Conservatorio Profesional de Danza José Antonio Ruiz. Martín-Sanz explica que la “afición llegó de una forma tardía. Fue en 2012, cuando tenía 17 años y estaba en primero de bachillerato. Por aquel entonces hacía teatro, y me llamaron para hacer de figurante en una actuación del conservatorio de danza. Cuando entré en los ensayos, y vi por primera vez la danza tan de cerca, algo en mí hizo ‘clic’. Sentí algo muy fuerte, muy profundo e intuitivo, y me di cuenta en seguida de que todo cobraba sentido”. 

Ángel Martín-Sanz quedó tan maravillado de lo que vio, que no dudó en apuntarse a las pruebas de acceso para el conservatorio de danza. El artista recuerda que “aquello fue en abril, y vi que las pruebas eran un mes después, en el mes de mayo. Hasta ese momento no tenía ninguna formación, ni sabía nada de danza, pero empecé a soñar cada noche que bailaba, y me repetía cada día que lo tenía que hacer. De hecho, hasta que no fui y me apunté, no deje de soñar con eso”.

Sin haber visto una clase de ballet en su vida, llegó a la prueba de acceso, donde todos los candidatos y candidatas tenían 3 o 4 años menos que él. “Me presenté sin entrenamiento y sin ningún conocimiento en la materia. Nunca había bailado, así que estrenaba mallas, zapatillas, y en general, todo lo que llevaba ese día. Mi única preparación fue buscar en internet como se llamaban los pasos, y poco más. Hice lo que pude, pero como no controlaba las técnicas de la danza me quede el último. Fue en una parte de improvisación, en la que saqué un globo e hice algo más interpretativo, donde pude lucirme más. Gracias a esta prueba pude subir la nota media y conseguí la plaza”, apunta. 

De este modo, cursando ya segundo de bachillerato, y con la idea futura de estudiar la carrera de periodismo en Madrid, comenzó sus estudios en Albacete, en el Conservatorio profesional de Danza José Antonio Ruiz. “Antes de iniciar el curso, durante el verano, pensaba en que me iba a ser difícil compaginar las dos cosas, pero me decidí a empezar a ver qué pasaba. Intenté ser prudente también, porque no sabía si ese era mi sitio, si era capaz de hacerlo, e incluso si era lo que me gustaba realmente. Lo único que sabía es que había sentido algo muy fuerte dentro de mí, y que tenía que intentarlo. Mis padres, que siempre me han apoyado en todo, me dijeron que era una locura. Me aconsejaron que me apuntase a una academia de danza para ir aprendiendo y así quitarme el gusanillo, en lugar del conservatorio profesional, ya que iba a ser mucho peso con los estudios. Yo les entendí, e incluso les di la razón, pero algo me decía que tenía seguir adelante con mi idea, y por supuesto me dieron toda su confianza”, destaca.

Foto: Alba Peña

Su aventura en Madrid

Tras su primer año de formación de Danza Clásica en Albacete, y con el título de bachiller en la mano, se trasladó a Madrid a estudiar la carrera de Ciencias de la Información y Comunicación Audiovisual. “Estudiar periodismo era mi billete para ir a Madrid, aunque yo por dentro tenía claro que me iba a estudiar danza. No sabía hasta cuando me iba a durar esa motivación, o si me iba a cansar, pero al final ha sido todo lo contrario, ya que cada vez he ido encontrando más mi sitio”, celebra.

Foto: Alba Peña

 Así que, cuando llegó a Madrid, compaginó periodismo con su formación en el Real Conservatorio Profesional de Danza ‘Mariemma’, donde estuvo cinco años, hasta completar el Grado Profesional de Danza Clásica, que finalizó, con mucho esfuerzo, al mismo tiempo que sus estudios universitarios. “Fue duro por una cuestión de tiempo. Iba por la mañana al conservatorio de 9:00 H a 15:00 H, y tenía que salir corriendo, porque por la tarde iba a la universidad de 16:00 H a 22:00 H. Cualquier cosa extra que tenía, me la quitaba de horas de sueño. Fue un esfuerzo físico y mental, pero tuve claro que con ilusión se podía con todo, y una cosa me curaba de la otra y pude compaginarlo. A día de hoy soy consciente que ese ritmo no se podía haber mantenido por mucho tiempo más”, asegura.

El Ballet de Sibiu, en Rumania

En 2017, con 22 años, una vez finalizados los estudios, comenzó a hacer audiciones y consiguió su primer contrato profesional en la compañía de Ballet de Sibiu, en Rumania. Una experiencia que “fue increíble, porque era un ballet joven y todos los que estábamos allí llegamos con la misma edad y con mucha ilusión por aprender y bailar. Es una compañía en la que no hay rangos, y eso me dio muchas oportunidades para bailar como solista, y en otros papeles importantes. De hecho, mi primer ballet completo fue ‘La Bayadère’, de Minkus, en el que ya tuve un papel de solista. Girábamos por toda Rumanía, pero también fuimos a otros países como Corea del Sur, Luxemburgo o Italia. Además, tuve la suerte de hacer grandes amigos”, resalta. 

El Ballet Nacional de Grecia

Tras dos años en Rumanía, en 2019 entró a formar parte del Ballet Nacional de Grecia. “Pensé que era el momento de cambiar, y empecé de nuevo a audicionar. La idea de ir a Atenas ya me rondaba la cabeza desde hace tiempo. Cuando estaba en Madrid buscaba audiciones soñando a donde podía aspirar, hasta que un día decidí dejar de hacerlo, y centrarme en donde realmente quería ir, y Atenas siempre me pareció muy interesante. Vi que tenían un ballet nacional y me quede maravillado con él. Así que, tras varios años intentándolo, sentí que esta era la oportunidad definitiva y no me equivoqué. Un día entré en la web, y vi publicado mi nombre, ya formaba parte del Ballet Nacional de Grecia”, señala el bailarín, añadiendo que “fue un salto cualitativo muy grande. Necesitaba crecer profesionalmente, trabajar con un repertorio más reconocido, y esta compañía era la idónea. Tiene muchos recursos, representa obras muy importantes, y cuenta con un equipo humano impresionante.  Además, aquí ya había rangos, como primer bailarín, principal, solista, o cuerpo de baile, y gente con experiencia de la que aprender, que era lo que yo buscaba”. 

Ballet El Cascanueces (foto Valeria Isaeva)

Su faceta como coreógrafo 

En su etapa en Rumania se estrenó también como coreógrafo, dejando su sello de identidad personal. “En los dos años que estuve en Sibiu, creé piezas para la compañía que aún siguen en el repertorio. En Rumania, y en general en todo el mundo, gusta mucho lo español, los bailes, la música y los movimientos, por eso hice una estilización de la danza española con técnicas de ballet, todo con inspiración española, con faldas, y con ese aire nuestro que allí les vuelve locos. Ahora, aunque no esté allí, me llaman para las representaciones, y voy un par de semanas a prepararlo todo. Además, cuando no puedo ir, tengo un asistente que sabe cómo quiero trabajar las piezas, la idea estética y conceptual, y el aire que quiero darles. Para mí es una suerte que mi trabajo se mantenga vivo allí”, reconoce.

Foto: Myrto Grigoriou

Lo que realmente le llamo la atención de la danza es que “me parecía muy estimulante, porque es algo visual, pero tiene su conexión con la música. Es como hacer visible y tangible algo que solo yo puedo ver en mi cabeza a través de la música. Cuando vi esa materialización de lo que imaginaba, fue cuando encontré su sentido. Como bailarín disfruto muchísimo, pero me cuesta mucho ser solo intérprete, ya que tengo mis propias ideas, y sé lo que quiero decir, algo que no siempre coincide con lo que un coreógrafo quiere que haga. Me siento bailarín, pero a veces necesito crear, decir otras cosas, o tratarlas de otra manera a través del baile. Además, mis referentes en este mundo son coreógrafos a los que admiro, y hasta ahora no me había dado cuenta de que mis ideales iban por otro sitio”, revela. 

Foto: Myrto Grigoriou

Sus trabajos como coreógrafo siempre tienen un importante marco teórico. “Intento que todo lo que hago sea una respuesta al tiempo en que vivimos. Mi primera pieza se llamó ‘Tormento’, por otro lado, la que creé en Rumanía fue ‘Alegría’, y otra que hice aquí en Grecia la llamé ‘Esperanza’, en relación con el coronavirus. Una obra en la que nadie iba con mascarilla, ni había una mención directa, pero había un mensaje. Y es que, para las coreografías me gusta nutrirme filosóficamente de escritores como Baruch Spinoza, Sabater, o Nietzsche. Soy consciente de que esto es difícil de transmitir en un escenario, por eso considero que la buena comunicación con los bailarines es esencial, porque si lo entienden y lo desarrollan bien, estoy seguro de que el mensaje al final va a llegar de alguna manera al público”, detalla.

Ballet Minus / foto Valeria Isaeva

Otra forma de enseñanza 

Desde que está en Atenas, dedica mucho tiempo a dar clases en diversas escuelas, algo que “me llena muchísimo. De repente me siento muy útil. Recuerdo todos los sufrimientos innecesarios, o el dolor que pasaba muchas veces cuando estudiaba, y ahora me doy cuenta de que no hacía falta sufrir tanto por esas cosas, cuando es simplemente un tema de entrenamiento. Para mí es muy satisfactorio dar clase, y ver que se puede enseñar de otra manera, porque yo personalmente lo pasé bastante mal, y he aprendido que es lo que no hay que hacer. Me he dado cuenta de que teniendo el conocimiento técnico, se puede lograr a nivel físico todo lo que uno se proponga”, afirma.  

Foto: Jaume Deulofe

Aunque no ha sido nada fácil, la filosofía de vida de este albaceteño le ha ayudado a recorrer el camino hacia sus sueños, dejándose llevar y viviendo cada momento al máximo. “Soy consciente de que hasta que no salí de la escuela, no encontré mi modo de hacer las cosas, mi estilo personal. Necesitaba encontrarme, y con el tiempo lo he conseguido, pero a día de hoy todavía estoy pagando el haber empezado tan tarde. Cada uno tiene sus circunstancias, el que no lo apoya su familia, el que tiene una lesión, y las mías son de otro tipo. La formación profesional reglada se suele empezar a los 10 u 11 años. Hay gente que empieza más tarde, pero antes ha hecho gimnasia artística, o rítmica, y tienen un conocimiento importante de su cuerpo. En mi caso, no había hecho nada de eso, y encontrar mi cuerpo es lo que más me costó, y aún hay cosas que me cuestan. Igual físicamente no tengo las condiciones ideales para la danza, pero mi constancia e ilusión me han hecho salir adelante. Hay que ser consciente de las carencias, pero sobre todo de las virtudes de cada uno, y yo sabía que mi punto fuerte era mi cabeza, mi mentalidad, y mi seguridad. Para mí era más fácil haber cogido otras opciones, pero tenía claro lo que quería, y era consciente de mi valía. Ahora tengo 27 años, y soy el primero que llega al estudio, y el último que se va. He suplido mis carencias con constancia y tenacidad. Quizá sea porque, de alguna manera, tengo el síndrome del impostor, y esa es una forma de redimirme”, aclara.

Coreografía En nombre de la alegría (foto Ovidiu Matiu)

Ángel Martín-Sanz aprovecha los días de verano para impartir un curso en Albacete con bailarines que rebosan talento. “Llevo cuatro años dando este curso de verano, y de paso aprovecho para ver a mi familia. Cuando más lejos me voy, más entiendo de donde vengo, y siempre me acuerdo de mi ciudad y de mis inicios. Para mí es un regalo tener cada año ese encuentro. No puede haber algo mejor que, habiéndome ido, que me dejan volver y reconozcan mi trabajo. Además, hay mucha demanda de alumnado, y viene gente de toda la provincia. También se apuntan alumnos y alumnas del Conservatorio de Danza de Albacete, y me sorprende el buen nivel que hay, cada vez están mejor preparados”, concluye. En estos momentos, Ángel Martín-Sanz está representando en Atenas la obra ‘Don Quijote’, una representación muy importante, que aún le acerca más a su tierra. 

Modesto Colorado

Comunicador y cantante de Albacete. Más de 20 años de experiencia en medios de comunicación, especializado en información y reportajes de ámbito cultural.
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