Reflexiones sobre mi formación en Danza Clásica 

El alumnado de sexto de danza ha hecho un análisis sobre lo que supone estudiar durante 6 años una formación profesional de danza clásica en el Conservatorio Profesional de danza José Antonio Ruiz.

Ilusión, sacrificio, disciplina, intensidad, miedo, inquietud estos son algunos de los sentimientos y actitudes que durante los últimos 6 años han experimentado estos alumnos de sexto de danza clásica. Empezaron en una clase con otros nueve niños y niñas y solo han conseguido terminar Ana, Mario, Inés y Daniel. Y es que bailar y estudiar para ser bailarín profesional no es una tarea fácil, sobre todo cuando no hay un plan de estudios coordinado en el que este alumnado pueda compaginar de forma coherente Enseñanzas Profesionales de danza y ESO o Bachillerato. 

El primer año de profesional siempre es duro. La fuerte carga lectiva tanto en el instituto como en el conservatorio, hace necesario un periodo de adaptación para crear hábitos, inculcar trabajo, disciplina y prepararlos para la dificultad. “Al principio no entendíamos porque tanta exigencia, hasta lo veíamos exagerado, pero con los años nos hemos dado cuenta que para llegar al punto en el que estamos es necesario un trabajo diario bien hecho y constante”, comenta Daniel. Y la realidad es que abordar las clases todos los días con una actitud positiva y dando el cien por cien del trabajo físico y mental que cada cual pueda ofrecer puede que no sea suficiente para llegar a ser un bailarín profesional. “Esta es una carrera a largo plazo, los resultados no son inmediatos, el cuerpo se moldea y se prepara con los años, y esto al principio cuesta verlo y entenderlo, yo reaccione el año del covid-19, tuve tiempo para pensar si me merecía la pena seguir a nivel profesional o dejarlo y hacer clases esporádicas, tantos meses sin hacer clase me dio la sensación de haber perdido todo lo avanzado”, comenta Mario. 

Imagen: Mario Miranda

En ocasiones, cuando un niño o niña descubre el mundo de la danza, les hace despertar de un estado de apatía o desmotivación en el que se encuentran en el instituto o en otras áreas. La danza les hace crecer como personas y les estimula para alcanzar sus propias metas. Abrir su mundo a una materia que consiguen interiorizar y que ven que pueden llegar a dominarla, produce una creciente motivación que la hacen extensiva a otros ámbitos de su vida. De ahí que consigan organizar bien su tiempo y mejoren su rendimientos y resultados académicos. “En el instituto ninguna materia me gustaba, por eso no tenía mucho interés en trabajar en ellas hasta que empecé en el conservatorio, allí me di cuenta de que la danza me gustaba y me motivaba, quería trabajar y demostrarme a mi misma que no era una persona vaga como podía dar la sensación ante mis profesores, simplemente había encontrado una ilusión, algo que encajaba conmigo. A partir de ahí mejoré muchísimo como estudiante en el instituto. Aprendí a ponerme metas y visualizar desde el principio que iba a conseguir lo que me propusiera”, comenta Inés. 

El alumnado de danza no solo son niños y niñas que viven en la ciudad de Albacete sino que vienen de toda la Comunidad, es el caso de Mario y de otros tantos niños, que dejo Valdepeñas para cumplir su sueño. “Entrar en el conservatorio supuso un cambio muy grande, yo estaba acostumbrado a trabajar unas horas a la semana en la escuela de mi pueblo cerca de mi casa. Pasé a vivir en una residencia y hacer un trabajo intensivo de cuatro horas todas las tardes. Fue bastante duro pero a la vez terapéutico, porque además ese año le diagnosticaron cáncer a mi madre y el mundo se me cayó encima. La danza me ayudó a desconectar, a exteriorizar mis sentimientos, me hacía sentirme único y, en cierto modo, durante esas horas me liberaba de esa carga emocional” 

Imagen: Mario Miranda

El riguroso entrenamiento al que se someten los estudiantes de danza convierten las lesiones en una parte significativa de su carrera. Casi todos los bailarines sufren en algún momento de sus seis años de formación una lesión que les aleja del aula durante un periodo de tiempo. Muchos se cuestionan si tanto esfuerzo y sacrificio merece la pena. Este fue el caso de Ana, “tardaron meses en diagnosticarme la lesión, era una protuberancia de la cola del astrágalo que me provocaba un impingment posterior, me tuvieron que operar y estuve de baja casi un curso completo, esto coincidió con los meses de confinamiento por la pandemia del covid-19”. A día de hoy las técnicas quirúrgicas y de rehabilitación son tan avanzadas que los bailarines lesionados pueden recuperarse del todo a nivel físico. Otro factor importante asociado a las lesiones es el psicológico, para facilitar el proceso de recuperación es importante el apoyo del entorno, y en ocasiones, ayuda profesional“tuve mucha ansiedad y dudas hasta que dieron con el diagnostico de la lesión, pero una vez operada el apoyo de mi madre, medico, profesores y compañeros fue crucial para recuperarme. Fue un proceso complicado porque además de la recuperación física tuve que mejorar la confianza en mí misma, mantener la motivación y concentrarme en el proceso de rehabilitación bloqueando pensamientos negativos”. 

Para que Daniel, Ana, Mario e Inés hayan conseguido cerrar esta etapa es fundamental el apoyo de la familia. El mérito, por supuesto, es de cada uno de ellos pero lo cierto es que detrás de este alumnado responsable, educado, dispuesto y optimista hay detrás un buen trabajo de sus progenitores. Todo este esfuerzo, constancia, dedicación, disciplina se traduce en un inmenso amor y respeto hacia la danza, sin ello no sería posible abordar la tremenda tarea de llegar a ser un bailarín profesional. La magia de la danza aparece cuando se abre el telón y el espectador ve a cuatro bailarines hacer movimientos complicados sin ninguna dificultad. 

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