“Solo pido un lugar donde dormir”

/Llanos Esmeralda García/ Fotos: Ángel Chacón/

¿Y ahora qué?, esa es la pregunta que se hace Adama Kane, un immigrante llegado a España desde Mauritania y que ha permanecido 16 días aislado en el Pabellón del Instituto de Educación Secundaria Obligatoria Tomás Navarro Tomás de Albacete, lugar habilitado para el traslado de los inmigrantes infectados con coronavirus del asentamiento ilegal de la Carretera de Las Peñas de San Pedro donde se detectó un brote de COVID-19.

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UN CURA DE PUEBLO

Así, Adama, con 27 años, llegó a España hace 8 meses procedente de Mauritania en busca de un futuro mejor. A nuestro país entró en avión, con un visado de turista y desoyendo los consejos de su tío, que vive también en Albacete, que le advertía que venir aquí no era ni mucho menos lo que se vende en África, donde los jóvenes creen que Europa es un lugar lleno de oportunidades para los inmigrantes africanos.

A su llegada a España Adama trabajó durante un corto periodo de tiempo en el campo almeriense, donde encontró labor a pesar de estar en situación irregular en nuestro país. Tras un periodo trabajando como temporero se empezó a encontrar mal de salud, por lo que llegó hasta Albacete buscando la ayuda de su tío, quien encontró en un cura de pueblo una mano amiga.

El padre Miguel Giménez, cura de Fuentélamo y durante muchos años misionero, consiguió que Adama fuera visto por un médico que no encontró explicación a los dolores que sufría, ahora él cree que era por el virus. Este cura acompaña ahora a Adama intentando buscar alguna solución para la situación en la que vive. El Padre Miguel es el vivo ejemplo de aquello que se predica en el evangelio, sus obras hablan por sí solas.

Mientras intentaban buscar el origen de esos dolores de los que se quejaba, Adama dormía en nuestra ciudad en la ‘casa grande’, que es como se conoce entre los inmigrantes a la nave abandonada de la Carretera de Las Peñas donde más de 400 personas malvivían antes de ser clausurada. Algunos temporeros, otros no, algunos con residencia legal en España, otros no. Todo cambió cuando les informaron que había un chico que tenía coronavirus y les tenían que hacer las pruebas a todos. En ese momento Adama fue sometido a una PCR, permaneció paciente esperando su resultado, no se quitó la pulsera, no participó en los altercados de aquel famoso domingo, y recibió la noticia de que tenía el COVID-19 y debía ser aislado, algo que acató sin oponer resistencia ni intentar huir, siguiendo siempre las indicaciones de las autoridades.

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El pasado sábado por la tarde Adama recibía una gran noticia que le llenó de alegría, la última prueba le había dado negativo y podía abandonar el Pabellón del IES Tomás Navarro Tomás, el virus ya no estaba en su cuerpo, un documento médico lo certifica, aunque también le advierte que tiene alguna dolencia cardiaca que debería ser revisada. Este joven mauritano confiesa que durante este tiempo confinado “me han tratado muy bien, tenía comida, un lugar donde dormir y los médicos nos hacían todas las pruebas”. Esta situación ha permitido que lo que para muchos de nosotros pudiera ser todo un suplicio, para Adama hayan sido los 16 únicos días en los que haya dormido en nuestro país en condiciones dignas.

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TRAS EL AISLAMIENTO, EL SUFRIMIENTO

Tras abandonar el Pabellón, Adama intentó regresar a la ‘casa grande’, pero este sábado ya nada era como antes, ya no se podía entrar a ese lugar que saltó a los medios nacionales por unas protestas en las que Adama no participó y que tras ellas fue clausurado. Sus primeras horas de recuperada libertad las pasó buscando un lugar donde dormir. La gran noticia del final del aislamiento llevó aparejada la vuelta a una particular “nueva normalidad” todavía peor que la ya de por sí miserable vieja realidad, ya no tiene sus utensilios para poder cocinar y tan solo una manta ha sido su improvisado colchón en las dos últimas noches, las cuales ha pasado en otra construcción abandonada, cerca del naves, junto a otro inmigrante africano de edad mayor. Sabe que no puede estar más tiempo ahí, ya le ha advertido la Policía. Por lo menos Adama puede desayunar gracias a la Institución Sagrado Corazón de Jesús ‘Cotolengo’.

SIN PLAN B

Mientras pasan los días sin tomar una decisión sobre qué hacer con ellos, los inmigrantes confinados van abandonando las instalaciones en las que permanecían y muchos no tienen donde ir. La mayoría tienen que dormir en peores condiciones incluso que en las que estaban en el asentamiento, con lo que lejos de solucionarse el problema con su clausura, se podría aumentar exponencialmente en el momento en el que todos los inmigrantes dejen de estar confinados.

“Solo pido un lugar donde dormir”, es la petición que hace este chico llegado desde Mauritania a las autoridades municipales que tomaron la decisión de cerrar el asentamiento sin ofrecer por el momento una alternativa temporal o permanente para estas personas que están condenadas a dormitar en otras construcciones abandonadas, parques o cualquier lugar que les sirva de alojamiento.

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