La carta de un agente de la Policía Local de Albacete tras lo vivido en los últimos meses

/Redacción/

La Policía Local de Albacete ha compartido con la ciudadanía unas emotivas líneas en forma de carta a los vecinos de la capital manchega y en la que se narran en primera persona muchos de los sentimientos vividos desde que el coronavirus se convirtiera en el enemigo número uno de toda la población mundial y sus sistemas sanitarios.

A continuación, desde El Digital de Albacete les reproducimos de manera íntegra dicha misiva:

“El Consejo de Ministros ha aprobado la declaración formal de luto nacional por un periodo de diez días en memoria de las casi veinte nueve mil personas, que no lograron superar el asalto que a nuestra salud propició ese enemigo invisible, que travestido en forma de virus nos robó las fuerzas y el mes de abril”.

“Aquellos que nos dedicamos al servicio público, que velamos por la seguridad de nuestros vecinos y vecinas, hemos estado en primera línea durante aquellas interminables jornadas de trabajo de mediados marzo y todo el mes de abril, y en consecuencia, hemos sido testigos accidentales del dolor que ha ido sembrando el virus allá donde encontraba cobijo, y de forma muy especial entre aquella parte de la ciudadanía más vulnerable a su nociva presencia. Una expresión de dolor que difícilmente olvidaremos y que en muchas ocasiones se mezclaba con una buena dosis de rabia contenida ante el torrente de angustia y congoja que recorría nuestras calles”.

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“Al igual que la ciudadanía en general, todas las personas que conformamos la plantilla de la Policía Local de Albacete, siempre recordaremos, que en medio de esta pandemia que tenía ahogado a nuestro mundo tal y como lo veníamos conociendo, puntual, a las ocho de la tarde, todos los días acudía a nuestros oídos desde los cuatro puntos cardinales, el sonido inconfundible del batir de palmas en forma de agradecimiento a todo personal sanitario que velaba día y noche por nuestra salud, a quienes desde las residencias, hacía lo posible y lo imposible por perpetuar la vida de nuestros mayores o discapacitados, a los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que junto con las policías locales y autonómicas, teníamos la misión de garantizar el parón de la movilidad como forma de hacer frente al crecimiento de la epidemia, a los bomberos y al ejército, que utilizaron todo los medios que tenían a su alcance para higienizar nuestro entorno, a los transportistas, agricultores, ganaderos y trabajadores del sector de la alimentación, que garantizaron el suministro constante de recursos suficientes para todos, a los trabajadores de los medios de comunicación que nos hacían partícipes de todo lo que ocurría más allá de la puerta de nuestro domicilio, a los trabajadores de los servicios municipales y a tantas y tantas personas que anónimamente y de forma tan silenciosa como constante, arrimaron el hombro en esta lucha desigual”.

“Ese pequeño oasis de las ocho de la tarde del que disfrutábamos en medio del desierto por el que transitábamos el resto del día, sirvió para que nos uniéramos en torno a un objetivo común que conjugaba de forma simultánea dos verbos: agradecer y recordar. El sufrimiento y el dolor no deben caer en el olvido porque desgraciadamente nuestro mundo, nuestra sociedad y nuestra forma de vida no se encuentra entre paréntesis, sino a continuación de un punto y seguido. Como tampoco debemos dejar de ser agradecidos hacia quienes nos cuidan y preocupan por nuestra salud, por nuestro bienestar, por nuestra seguridad, por nosotros”.

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“La única forma que tenemos de devolver esa vigilia, es evitar que las imágenes de desconsuelo que tenemos tatuadas a nuestra memoria vuelvan a pasar ante nuestros ojos, y para ello debemos permanecer alertas y atentos. Cuidándonos a nosotros mismos, cuidamos a los demás. Ese es nuestro cometido como ciudadanía”.

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