Las historias que marcaron a la albaceteña Rozalén de por vida

/Marta López/

La cantante albaceteña María Rozalén tiene claro que hoy es quién es gracias a sus raíces. Unas raíces fuertes, extensas y bien ancladas en la tierra manchega, concretamente en su querida Letur, pueblo de su familia materna. Y es que, a través de las redes sociales Rozalén ha dejado constancia de que tanto su madre como su abuela, son una fuente inagotable de inspiración para la artista.

La autora de la ‘La Puerta Violeta’ es consciente de que para comprender el presente debemos conocer nuestro pasado, y qué mejor forma de hacerlo que escuchando a nuestros mayores. De ello quiso dejar constancia la albaceteña durante su participación en una charla de TEDxTalk en la Universidad de Cádiz. Rozalén tiene claro que nuestros mayores deberían ser eternos y que “una charla con tu abuela te puede marcar la vida”.

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“Este lunar en el hombro es exactamente igual que el que tiene mi abuela materna”, explica ba Rozalén, añadiendo que la estructura de sus extremidades “largas y más bien finas, hasta cuando me paso con los chorizos y las morcillas” las ha heredado de su madre, y son “soportes firmes para afrontar la vida”. Acompañada de su inseparable traductora de lengua de signos, Bea Romero, aseguraba que no quería quedarse solo en lo físico, sino ir un poco más allá, y es que para Rozalén el lunar que la une con su abuela “me recuerda de dónde vengo, me agarra a unos sentimientos, unas costumbres, a una forma de mover las manos, de enamorarme…”, incluso esta diminuta marca dice mucho de “mis principios”.

 

Así explicaba que “la historia de mi abuela es la historia de mi madre, y a la vez mi historia”, y este lunar es “un agujero negro que me permite viajar a otra época y otro espacio, una máquina del tiempo”. Relataba la albaceteña que la vida a veces es como “una película que se que queda en pausa y a la que le vuelven a dar al play años después”. De este modo, ponía voz “como descendiente” tres historias que le han marcado de por vida.

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Una historia con nombre propio: Justo

Justo era el hermano de la abuela de Rozalén, y la película paró cuando “mi abuela tenía solamente 10 años”. Recuerdaba por boca de su abuela que “Justo era muy trabajador y buen estudiante, que se dedicaba a coser trajes junto a su tío que era sastre, pero que también era leñador y en las noches de invierno se dedicaba a estudiar”.

“Mi abuela recuerda que Justo iba siempre hecho un ‘pincelico’ y que tenía una ‘novieta’ en el pueblo, se hablaba con la Ascensión de Amalio”, bromeaba la cantante. Además, Justo “tenía una relación muy especial con la música y siempre iba por las calles del pueblo cantando habaneras”, continúa relatando María Rozalén. Pero la historia de Justo se truncó con la Guerra Civil, cuando los más jóvenes “tuvieron que dejarlo todo para agarrar las armas y se subieron a un camión felices y alegres por la aventura que les tocaba vivir”.

A Justo lo destinaron a Transmisiones en Arganda del Rey “y su vida allí no corría tanto peligro”, por lo que mandaba cartas a diario a su familia. Pero unos meses antes de que terminara la guerra dejaron de llegar las cartas de Justo, hasta que un día “llegó devuelta  la última carta que mi bisabuela Llanos le había escrito y que Justo no había recibido”, una misiva que llegó acompañada de otra de unos de los compañeros de Justo comunicándoles la noticia de su fallecimiento. Al parecer “fue alcanzado por una bala perdida mientras les leía a todos el periódico y no se supo nada más de su muerte ni de dónde estaba su cuerpo, todos volvieron al pueblo excepto él”, contaba Rozalén.

Tras escuchar a su abuela relatar esta historia, se empezó “a obsesionar” y decidió escribir una canción. Así durante el proceso de creación conoció a Emilio Silva, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, y el 1 de noviembre, casualmente el Día de Todos los Santos, recibió un mensaje: “María, no te lo vas a creer pero tu tío-abuelo está registrado en una fosa común en el cementerio viejo de Arganda del Rey”. A día de hoy “mi abuela dice que Justo es una cuestión mía y que nunca le puede faltar una flor cada 1 de noviembre”, y es que “por escuchar a mi abuela hemos reparado una historia de profundo dolor en mi casa”.

“Miguel, el hijo de mi abuela”

La cursiva máquina del tiempo en forma de lunar de Rozalén nos transporta a 1988 en un pequeño pueblecito del País Vasco. El protagonista de este nuevo viaje en el tiempo es Miguel, un joven de 18 años que “fue detenido junto a muchos compañeros por sus ideales”. Tras llevarlos a una cárcel de Madrid, “finalmente fueron separados y desterrados a pueblos perdidos por toda España”, y es que “eran considerados potencialmente peligrosos, por lo que pensaban que si no estaban en contacto perderían fuerza”, relata la cantante.

Así que Miguel fue a parar a Letur, y por entonces “mi abuela ya era madre de 6 hijos y mi abuelo estaba apunto de irse a vendimiar a Francia cuando apareció Miguel en el pueblo custodiado por dos guardias civiles”. Continuaba explicando Rozalén que “nadie le abrió las puertas hasta que llegó a casa de mi abuela”, quien se puso en la piel de la madre de Miguel y “sin pensar en su pasado le abrió las puertas de casa”.

Poco a poco Miguel se fue ganando el cariño de todo el pueblo “e incluso llegó a acompañar a la dama de las fiestas con un traje que le dejó el médico”, confesaba Rozalén y finalmente “demostraron que no había cometido ningún delito y se marchó”. Con el paso del tiempo se perdió la relación entre su abuela y el joven Miguel, pero en una de las vistas a Letur junto a varios amigos ocurrió algo sorprendente.

“Sentados al rededor de mi abuela y junto al fuego empezamos a escuchar sus historias y resulta que una amiga mía es de un pueblo cercano al de Miguel”, relata Rozalén, y tras varias llamadas telefónicas “lo encontró”. De este modo cuenta que hace 4 años cuando estaba apunto de salir a cantar en una firma de discos en Donosti, un señor se acercó a la puerta del camerino y le dijo: “Rozalén, soy Miguel, el hijo de tu abuela”.

Confiesa la cantante que “aprendí que en la vida no es todo blanco o negro, sino que también existe el gris”. Y es que, de nuevo gracias a escuchar a su abuela “comprendo mucho mejor la historia de otros pueblos y mi propia historia, sé que si quiero conocer la verdad tengo que conocer todas las partes y ponerme en la situación de los demás y no juzgar”. Rozalén sabe que “por escuchar a mi abuela sé que si acojo sin prejuicios puedo llevarme grandes historias de amor”.

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“Un amor prohibido”

“Me he dejado el cotilleo gordo para el final”, bromea la albaceteña, “el amor prohibido de mis padres”. Así, con el humor que la caracteriza confesaba al público que su padre “fue sacerdote durante 10 años, así que, yo no puedo decir este cura no es mi padre”.

Pero bromas a parte, relataba que en la década de los 70, su padre “sacerdote de vocación fue enviado a los pueblos de la Sierra del Segura, donde este Letur”. Por entonces la figura del sacerdote era muy importante porque “no sólo guiaban en la Fe, también se ocupaban de organizar actividades culturales, de controlar las jornadas laborales e incluso mi padre hasta organizaba las liguillas de fútbol entre los pueblos vecinos”. Y en todas estas actividades “estaba presente mi madre, porque ella canta y actúa que te mueres”, apuntaba Rozalén.

“Ellos jamás me han contado su historia de amor porque se sienten avergonzados y culpables porque les hicieron creer que hicieron algo que no estaba bien hecho”, explica. De modo que en este punto vuelve a entrar en el juego su abuela, quien junto a los mayores del pueblo comenzaron a contarle la historia de sus padres. Incluso, la abuela de Rozalén “mandó una carta al obispado de Albacete para decirles si podían hacer algo por su hija”, y es que “el único mal que habían cometido “era quererse”.

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Un romance que gracias a Rozalén se ha convertido en canción porque “no me parecía justo que cada vez que salía el tema bajaran la mirada y quería decirles que me siento orgullosa por su historia y pretendía demostrarles que cuando hablamos de nuestras fragilidades con normalidad todo pierde importancia”. Así, “por escuchar a mis mayores sé que soy fruto de un amor prohibido, señalado y criticado”, añadiendo que “por escuchar a mi abuela se ha sanado una culpa que llevaba años pesando”.

Volviendo a ese pequeño lunar que luce en su hombro Rozalén con el que ha demostrado que no todo es genética, recordaba que “este lunar son todas estas historias, las que he escuchado de mi abuela, compartiendo su alegría y dolor”. Y es que para la albaceteña los momentos compartidos con su abuela “son pura inspiración”, con la que a raíz de estas historias y sus protagonistas ha podido componer el que considera “el disco más importe de mi carrera”.

Un trabajo musical con el que “mucha gente ha descubierto mi música y ha traspasado fronteras, incluso hasta nos han premiado”. Por este motivo lanzaba a los asistentes un contundente mensaje: “no lo dejen para mañana, escuchen, hablen, pregunte a sus mayores porque una simple conversación puede cambiar el rumbo se sus vidas”.

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