«La llamada» continúa teniendo respuesta en Albacete

/Marta López/Fotos y vídeo: María Esperanza Panduro y Víctor Fernández/

La Iglesia Católica está formada por más de 970 millones de fieles repartidos por todo el mundo. El 68,7% de la población española se declara católica, sin embargo el número de fieles ha descendido considerablemente según el CIS. También, cabe destacar que en un documento hecho oficial por la Santa Sede (Annuariun Statisticum Ecclesiae 2016) estas cifras disminuyen año tras año.

En Albacete tenemos 200 parroquias y 7 monasterios de clausura. En la capital, 120 sacerdotes diocesanos y, fuera, 17. Otros 17 de otras diócesis, 27 sacerdotes religiosos y 4 de otras jurisdicciones. Además, tenemos 15 diáconos permanentes, 6 congregaciones masculinas y 28 congregaciones femeninas. Estos datos los completamos con 53 misioneros y 8 seminaristas (uno de ellos está en el año de pastoral en la parroquia de Ntra. Sra. de las Angustias y San Felipe Neri de Albacete).

El rector del Seminario de Albacete, Pedro Ortuño, define la vocación como “el seguimiento de Jesucristo, pero para dedicarte en este caso nuestro al servicio del pueblo de Dios que es la parroquia y los fieles en general”. Ortuño lleva al frente de los seminaristas de la diócesis de Albacete más de dos décadas, y desde hace 14 años esta formación se imparte en el Seminario de Orihuela (Alicante).

“Al reducirse el número de seminaristas decidimos tenerlos en Alicante, porque la formación no es cuestión solamente de aprobar unas asignaturas, venir a unas clases, sino que exige una formación comunitaria”, explica Pedro Ortuño, a lo que añade que “sin un mínimo de comunidad, la formación resulta muy pobre”. La estrecha relación que mantenían ambas diócesis era idónea para la unión de los seminarios, y es que en el momento de la fusión “el obispo que había allí había sido nuestro obispo, D. Victorio Oliver, y el obispo que teníamos aquí también procedía de allí”, subraya el rector del Seminario de Albacete. Pero además, ambos seminarios bebían, en cuanto a estudios se refiere, de la Facultad de Valencia.

Para ingresar en un Seminario Mayor es necesario haber superado el bachillerato y la selectividad, puesto que académicamente hablando se trata de estudiar una carrera universitaria. La duración de estos estudios es de 6 años, divididos en dos ciclos: el filosófico y el teológico. Finalmente, los seminaristas inician las denominadas prácticas pastorales, “alguien dirá que son prácticas para ser cura”, indica Pedro Ortuño.

De un tiempo a esta parte el número de seminaristas de Albacete oscila entre los 5 y los 9, pero “esto no quiere decir que todo el que entra, salga sacerdote”, confiesa Ortuño, quien añade que “no solamente hay que aprobar asignaturas, sino también aprobar de alguna forma en madurez: la dimensión humana, el aspecto humano, las relaciones comunitarias con los demás, la dimensión que decimos espiritual; el espíritu  no solamente de ser cristiano que es la base, sino también la forma de ser sacerdote asumiendo las virtudes y los valores que se exigen”.

Pedro Ortuño es consciente de la crisis de vocaciones religiosas que atraviesa actualmente la Iglesia Católica, y se atreve a dar un llano diagnóstico a esta situación. “Si no hay mata no hay patata”, explica el rector del Seminario de Albacete que “faltan jóvenes cristianos convencidos” y apunta al “materialismo y a la indiferencia” como principales causas de la pérdida de vocaciones.

La fe cristiana no es solamente rezar, sino que hay que acercarla con hechos donde estemos, en familia, en los estudios, con los amigos o en el trabajo”, subraya Ortuño. Además, señala que las reticencias más grandes de los jóvenes para convertirse en sacerdote son “ciertas renuncias”, pero indica que “un matrimonio tiene también que hacer renuncia a otras personas, o unos padres tiene que hacer renuncias por el amor hacia sus hijos”.

 

La llamada al sacerdocio puede producirse en cualquier momento y de cualquier manera, puede ser un proceso largo, o una chispa que prende con rapidez. Este es el caso de Roque Olmos, un estudiante universitario al que el video sobre la vida de un misionero le cambió radicalmente la vida y decidió descubrir si de verdad tenía vocación al sacerdocio ingresando en el seminario. “Cuando uno entra en el seminario no tiene seguro que vaya a terminar siendo sacerdote, sino que es un sitio donde al estar más cerca de Jesús, al tener nuestros tiempos de oración, pues vas viendo si Dios te llama a ser sacerdote o para casarte, o como es ahora a formar parte de una parroquia donde dar tu tiempo, dedicarlo a los demás”.

Sin embargo, tras discernir que el sacerdocio no era su camino, descubrió que estaba destinado a vivir otra vocación “que es igual de alegre que cualquier otra”. Tras dejar el seminario, lejos de alejarse de la Iglesia, decidió incorporarse como catequista de confirmación a la parroquia de Ntra. Sra. de las Angustias y San Felipe Neri de Albacete, donde asegura que “cada vez voy aprendiendo más y en comparación con lo que yo aporto, la verdad es que recibo una gran barbaridad”.

Como una semilla que poco a poco fue creciendo”, así explica su vocación el seminarista Juan Ángel González, quien sintió la llamada al sacerdocio desde pequeño, y que descubrió la figura de Jesucristo durante sus estudios de Teología, que cursó en el Instituto de Ciencias Teológicas de Albacete. “Hace tres años entré en el seminario y ahora ya estoy haciendo la etapa de pastoral. Es una etapa de tomar contacto con la realidad, dejar un poco los estudios, dejar esa nube teológica y empezar el encuentro con las personas”.

Juan Ángel González explica que “los datos sociológicos son incuestionables, en Europa y en donde tenemos instalada la sociedad del bienestar se produce un fenómeno, el de la secularización, y en cambio en otros países hay vocaciones a montones”, achacando a este fenómeno una de las principales causas de falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Además, subraya que la Iglesia tiene que “aprender de los errores que se hayan podido cometer, rectificar, pedir perdón y bueno tomar nota para que de alguna forma pues vuelvan a surgir vocaciones entre los jóvenes”.

Una figura que cada vez tiene más presencia en la Diócesis de Albacete es la de los diáconos. Miguel Fajardo, diácono permanente de la parroquia de Ntra. Sra. de las Angustias y San Felipe Neri, descubre esta figura que aunque cada vez está más presente, sigue siendo una gran desconocida en nuestra Diócesis. “Tenemos una función muy de apoyo al sacerdote, siempre estamos a su disposición, ayudamos en las catequesis, en todo lo que es la vida pastoral que se desarrolla en la parroquia. La parroquia no es solamente las celebraciones, son los muchos grupos, la mucha gente que viene, pide y hay que darles una respuesta”, indica Fajardo. Los diáconos pueden celebrar bautizos, bodas y entierros, sin embargo, no les está permitido consagrar, confesar o administrar el sacramento de unción de enfermos, destinados exclusivamente a los sacerdotes.

Una parte fundamental de la vocación de los diáconos es la familia, porque “la vocación nace desde un principio, va naciendo, pero es una vocación que en sí es compartida” indica Miguel Fajardo. Y es que, la vocación en un diácono tiene mucho que ver con la vocación familiar, “nace de la vocación familiar” indica el diácono. Además, subraya que dentro del núcleo familiar su esposa es imprescindible en su vocación, “sin el apoyo de mi mujer, que es uno de los pilares, mis pies, mis manos, mis oídos”, ella es el vínculo que existe entre el altar y la comunidad.

A sus 27 años, Antonio García es el sacerdote más joven de la Diócesis de Albacete, tras su ordenación el pasado mes de agosto. Su vocación en particular, “llevaba muchos años fraguándose, pero yo tampoco quería darle la respuesta total al Señor, porque sabía que llevaba en sí muchas renuncias. Yo era un joven normal, salía de fiesta, entonces claro, muchas cosas, como el ambiente, pues me decía que no, pero yo en el fondo sentía que esa era mi vocación, que me hacía feliz, que no renunciaba a nada, y que recibía mucho más”, explica Antonio García.

Una vocación con la que ha ganado una nueva familia: la comunidad de seminaristas que lo han acompañado durante sus siete años de formación, primero en Orihuela y posteriormente en Pamplona. Pero sin embargo, a quienes debe su vocación es a sus padres, a sus abuelos y a su hermana; “mi familia ha sido clave en la vocación, en haberme transmitido la Fe desde pequeño, el haberme dado también mucha libertad, nunca me han obligado a ir los domingos a misa, siempre he tenido mucha libertad”, indica este joven sacerdote.

Vivimos en “una sociedad que ha olvidado a Dios, que considera que no nos hace falta, que es de otro siglo”, subraya Antonio García, quien añade que uno de los problemas de la falta de vocaciones es que “hemos olvidado a Dios y hemos olvidado nuestras raíces”. Además, este diagnóstico se completa con la necesidad de “saber comunicar bien ese gran regalo que es la vocación, ese gran regalo que es ser cristiano, no tener miedo de decir lo que creemos y lo que pensamos”.

“Muchos jóvenes dirán que no son ni siquiera cristianos, bueno, pero lo que tienen que ver es si son felices, si buscan una felicidad, y yo puedo hablar en mi caso en primera persona, es Jesucristo, de ahí nace mi vocación y de ahí nace todo en mi vida. Entonces, ojalá y que se pregunten muchos jóvenes: ¿Por qué yo no puedo ser sacerdote?”, concluye Antonio García.

Alegría, juventud y cercanía, son las claves para que pese a la crisis de vocaciones que atraviesa en la actualidad la Iglesia Católica, aún haya quien decida contestar sin miedo la llamada.

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