“He vuelto con la maleta más vacía y el corazón más lleno”

/Fotos: Laura González/

Hay estudiantes universitarios que prefieren un verano cargado de viajes, otros un merecido descanso, aquellos que apuestan por iniciarse en el mundo profesional y no faltan aquellos que prefieren dedicar su tiempo a los que más lo necesitan. Asia es uno de los rincones más diversos y exóticos del planeta, y a la vez es una zona donde los programas de voluntariado tienen mucha presencia. Hacer voluntariado es toda una experiencia que te cambia la vida como detalla Laura González, graduada en Periodismo y estudiante de último año de Publicidad, el pasado 19 de julio emprendía su travesía en avión hacia Sri Lanka, algo que ha detallado a El Digital de Albacete le resultaba “totalmente nuevo”, pues “nunca había estado en Asia”. El motivo del viaje asegura esta albaceteña era ir, junto a otras 60 personas, y “ayudar en todo lo posible en un suburbio de la ciudad de Galle, llamado Karapitiya”.

El hecho de ir sin acompañante, sin conocer a nadie, asegura Laura que no le supuso ningún problema. “Desde el primer momento, la gente fue encantadora y fuimos ganando confianza conforme pasaban los días, fruto de convivir en la misma casa todos juntos”. Los primeros días fueron de iniciación a los proyectos, algunos pertenecían al sanitario y, otros, al educativo. “Yo formaba parte del segundo, cada mañana iba andando junto a dos compañeras a un colegio musulmán situado a diez minutos de nuestro alojamiento, para dar clases de inglés a niños de 5 a 7 años”, relata Laura. 

Nada más llegar a Hirimbura Sulaimaniya School –ese era el nombre del centro– “mis compañeras y yo pudimos comprobar que no éramos bien recibidas por el director y que las profesoras apenas acudían a dar clase a los niños. Entonces, hablamos con el señor a cargo de la escuela, hasta que conseguimos hacerle ver que nuestra ayuda allí era necesaria”. Así fue cómo Laura y sus compañeras comenzaron a enseñar a unos pequeños «traviesos y alborotados” con los que, asegura, “jamás pensé que forjaría un vínculo tan grande”. 

Y es que los niños relata Laura están acostumbrados a “una disciplina muy estricta, que olvidaban cuando nosotras entrábamos por la puerta. El hecho de que fuéramos amables con ellos lo consideraban como una vía libre para levantarse y jugar, como si al vernos aparecer olvidaran que estaban en un aula. Pero solo nos costó tres días hacernos con ellos y hallar el modo de que se centraran en la clase y aprendieran, de manera entretenida. Siempre con la pequeña promesa de que a la salida jugaríamos con ellos. Cada día, al volver de la escuela, preparábamos canciones y juegos para la siguiente jornada”. 

Recuerda esta voluntaria albaceteña que un día, andando por el barrio, escuchó una voz gritando su nombre, cuando se giró pudo ver que era Safhan, uno de los alumnos. “Me hablaba desde su casa, asomando por la puerta entreabierta. Cuando lo saludé, no dudó en invitarme a entrar, y pude conocer a toda su familia mientras tomábamos una taza de té. Así es la gente de Sri Lanka, a pesar de ser un país al que se sigue considerando “pobre”. Y es que asegura Laura que la mayoría de personas con las que se ha topado a lo largo de este viaje han sido hospitalarias, entrañables y agradecidas, “siempre dispuestos a regalar una sonrisa”.

Una labor diaria en la que por las tardes llevaban a cabo acciones como reformar la biblioteca de algunos colegios, recoger basura de playas, o acudir a un asilo en condiciones “funestas”. Este último era el que más colaboración necesitaba, así que Laura y sus compañeros se desplazaban hasta allí y ejercían dos funciones. Por un lado, hacer compañía y ofrecer entretenimiento a personas con discapacidad y, por otro, ayudar en la limpieza del lugar y la higiene personal de los internos. «Algunas personas llevaban años sin recibir una ducha, los colchones estaban llenos de bichos y la suciedad inundaba todas las estancias. Estoy segura de que esta labor era la más dura y, a pesar de que la mayoría de ellos no hablaban, quizá porque no dominaban el inglés –los idiomas oficiales allí son el cingalés y el tamil–“, Laura ha podido percibir el agradecimiento en sus miradas. Los que, por el contrario, sí sabían hablarlo “estaban encantados de contarnos anécdotas e historias pasadas, que nosotros escuchábamos casi sin parpadear”, relata Laura, “incluso una señora nos habló de su profesión, de cómo fue enfermera y acabó conociendo al presidente. Esto, mientras nos enseñaba fotografías de un álbum antiguo. Todos esos momentos, a pesar de tener su dosis de nostalgia y tristeza, hacían que no pudiera sentirme más feliz de estar allí”. 

Durante su mes de estancia cuando llegaba el fin de semana, aprovechaban para coger la mochila, dejar Karapitiya y coger un autobús para hacer turismo por el país. Pudieron descubrir una isla en la que, “si bien es pequeña, las distancias se hacen eternas, porque los tuk tuk y los animales obstaculizan la carretera. El hecho de mirar por la ventanilla invitaba a observar el verde del paisaje durante horas, sin cansarse”. Así, en cuatro fines de semana consiguieron recorrer casi la totalidad del territorio. 

 

 

 

En cuanto a las ciudades, cuenta Laura que en zonas públicas está prohibido fumar y beber alcohol, para no deshonrar ni molestar a Buda. “El encanto de las mismas no radica precisamente en su belleza y son muchos los edificios que se han quedado a medio construir, pero pasear por sus calles puede enseñarte muchas cosas. Solo con observar a las personas y su forma de vida, puedes advertir que nadie enseña las rodillas o los hombros, está mal visto”. En cuanto a la conducción –con el volante a la derecha– asegura Laura que es temeraria, “un esrilanqués al volante en territorio español agotaría los puntos del carné en cuestión de segundos. Es un país sin normas de tráfico, en el que motos, coches y tuk tuk se fusionan en la carretera, con escaso respeto a los carriles marcados”. 

Mujeres y hombres

Volviendo a los proyectos, una mañana relata Laura que tuvo la oportunidad de acompañar a algunos de sus compañeros que daban clase de inglés, en otro colegio, a personas de 20 a 25 años. La experiencia asegura que fue “muy enriquecedora, consistía en que todos ellos estaban sentados en círculo y enfrente de cada uno había situada una silla. Los voluntarios íbamos rotando por las diferentes sillas, conversando y haciéndoles preguntas en inglés, de esa forma pude conocer algo acerca de esas personas, qué les gustaba hacer y cuáles eran sus miedos e inquietudes”. En tan solo 60 minutos, Laura descubrió aspectos de esta cultura que nunca habría imaginado. 

Al igual que en India, indica Laura que el país se rige por un sistema de castas, “es lo que me contó Chandima al hilo de la conversación que estaba teniendo con ella sobre su novio. Tiene 24 años y un novio de casta inferior a la suya, algo que no agrada a su familia. Para poder pasar tiempo con él, primero tiene que contar con el permiso de sus padres, y no puede salir de casa a partir de las 21:00 horas. Como ella, tantas otras chicas de Sri Lanka. Apenas tienen la opción de decidir con quién salir o a qué quieren dedicarse, algunas alumnas aseguraban no querer casarse hasta los 30, porque una vez casadas, perderían su libertad. Si viviendo con sus familias, a la edad de 24 años, tienen toque de queda, y eso para ellas es libertad, ¿qué futuro espera a estas chicas al lado de otro hombre que no es su padre?”. Y es que pudo escucharlas hablar de qué querían ser de mayores, “a esa edad en España ya estás graduándote para dedicarte a lo que te gusta, mientras que allí puedes pasar una vida entera fantaseando, viendo como tus sueños se frustran. Sobre todo, si quieres ser actriz y no enfermera, como es el caso de Umasha, que empezará a vestir el pijama sanitario”. 

En el caso de los chicos, “su rutina se basa en jugar a críquet –el deporte principal del país–, salir con sus amigos e ir al templo. La mayoría de los alumnos/as, y de la población de la antigua Ceylan, son budistas y meditan, de media, una vez a la semana. Son muy respetuosos con otras religiones, pero no entienden que una persona pueda ser atea, de hecho, se echaban las manos a la cabeza cuando les hablábamos de ateísmo”. Sigue relatando Laura que se atrevió a preguntar cuál era su ciudad favorita y todos coincidían en que es Kandy, la capital del budismo que guarda el preciado diente de Buda. “La figura del mismo se encuentra presente en casi todos los lugares del país, no es de extrañar encontrar una estatua de él en cada barrio de cada ciudad y, en ocasiones, de tamaño gigantesco”. 

‘Lágrima de la India’

Un viaje lleno de experiencias y sensaciones de las que Laura, de la ‘Lágrima de la India’, se queda con “sus colores, el verde de los campos de té y el rosa de los atardeceres. Con las sonrisas y las miradas agradecidas de su gente, pero también con las experiencias vividas con mis compañeros, que ahora son “mi gente”. Sin olvidar el olor a canela y a especias. Con el tacto de sus animales y el respeto por lo desconocido, que ahora no parece tan lejano”. 

Guarda con cariño lecciones que espera que le acompañen siempre: “que saber valorar es el primer paso en el camino a la felicidad. Que si recibes a las personas con cariño, cariño recibirás. Y que da igual la cultura, la piel o el lugar, lo único que importa es ser humano y tener humanidad”. 

Concluye Laura que si tuviera que resumir su experiencia en una sola frase de su viaje a Sri Lanka diría que “he vuelto con la maleta más vacía y el corazón más lleno”.

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