/Llanos Esmeralda García/
Cuando una persona decide formar parte de la profesión sanitaria (médico, enfermero…) lo hace sobre todo para ayudar a los demás. Así, muchos de estos profesionales deciden irse al tercer mundo en sus vacaciones, exponerse a una cruel realidad persiguiendo un objetivo, ser parte del cambio allí donde van. Eso es lo que han hecho Rosa María Bordallo y Carmen Bernal, enfermera en el Hospital General de Almansa y patóloga en el Hospital de Hellín respectivamente, quienes han podido ser parte en la labor de ayuda a las personas que más lo necesitan en diferentes países.
Y es que con poco se puede hacer mucho, por eso Rosa María Bordallo insiste en que ahora “toca actuar y no mirar para otro lado”. Así esta enfermera que trabaja en Urgencias en el Hospital General de Almansa acaba de regresar de Etiopía después de una estancia de 10 días junto a la ONG Ambessa (Asociación para la Ayuda a la Infancia en Etiopía).
Es la segunda vez que Bordallo viajaba a Etiopía después de varios viajes a África de vacaciones, tras los que decidió que tenía que ser voluntaria “me decidí el año pasado” asegura que desde entonces buscó información en ONGs que se dedicaran al voluntariado en el Tercer Mundo, sobre todo en África, y junto con una amiga (médico en Madrid) conocieron la ONG Ambessa. “El voluntariado se realiza con esta ONG en una casa de acogida en Ankelba, en Holeta Genet a 40 kilómetros de la capital Addis Abeba con niños. Se les ayuda a su desarrollo”, hasta el momento insiste Bordallo en dicha ONG no habían tenido profesionales sanitarios por lo que “entre mi amiga y yo preparamos un proyecto de revisión sanitaria completa para los niños” ante lo que le pidieron que al ser una zona muy pobre pudieran ver a adultos también “en un principio nos hablaron de que veríamos sobre unos 40, pero atendimos a más de 400”, remarca.
Unas revisiones en las que detalla Bordallo se dieron cuenta de la necesidad que tenía la población de utilizar gafas. Y es que “unas gafas les puede costar el sueldo de dos meses” por lo que deben de “priorizar entre comer o comprarse unas”, por lo que eligen comer. Así, antes del viaje de este año que realizaría esta enfermera caudetana, junto a su compañera llevaron a cabo una campaña de recogida de gafas usadas, “hablé con ópticas de Caudete, quienes colaboraron para recoger gafas y las graduaban”. Una graduación que llevaron a cabo en un primer viaje con “autoequipos”. De vuelta a Etiopía Bordallo llevó una maleta cargada con 500 gafas graduadas “aunque no las pude poner todas”, un aspecto gratificante es que en el momento de ponerlas “supe si las gafas le venían bien o no, les cambiaba la cara totalmente”.
Una experiencia que relata Bordallo quiere seguir manteniendo en sucesivos años, “además la ONG está pendiente de la construcción de una nueva casa donde tendremos un dispensario médico y poder hacer mis labores como enfermera”. Y es que relata que lo que más le llamó la atención en su estancia en Etiopía “es que con lo poco que tienen lo felices que son, sobre todo los niños”; insiste en que “suelen ser huérfanos de padre o de madre, quienes marchan a trabajar y dejan a los niños prácticamente el día solos, por eso en la casa en la que estaba ofrecen desayuno, comida y cena, se les presta atención sanitaria, material escolar, ropa y, sobre todo, mucho cariño”.
Cuando volvió a Albacete destaca esta enfermera se quedó “con lo afortunados que somos, no sabemos valorar lo que tenemos”. Con muchas ganas de volver, Rosa María hará lo posible para estar de nuevo allí donde tanto cariño le demostraron “incluso me gustaría animar a otros profesionales sanitarios a colaborar y participar con nosotros”.
Costa de Marfil -Sakassou-
Otra de las experiencias en estos países africanos es la de Carmen Bernal, patóloga, estuvo el verano pasado en Sakassou, Costa de Marfil, en el Centro de Úlcera de Buruli después de defender su tesis en octubre de 2015 y de pensar desde pequeña que quería ir a África y ser médico para ayudar a los demás. “Ahora es el momento de no dedicarlo a mí misma, es el momento de decidir e intentar ayudar a los demás desde otro punto de vista”. Conoció a través de la ONG Prokarde (Promoción Karmelitana de Ayuda al Desarrollo) la promoción al desarrollo integral de las personas y de los pueblos en el ámbito social, sanitario, cultural y económico que realizan “me dio cierta seguridad la ONG y me puse en contacto con ella a través de un amigo. Me daba igual el país o la lengua, solo quería llegar a África e intentar ayudar algo”. Así, se presentó en Costa de Marfil, en el proyecto que se realiza en el Centro de Salud con hospitalizaciones para los enfermos de Úlcera de Buruli “se trata de una enfermedad tropical, endémica y que puede llegar a ser incapacitante si no se detecta en las primeras fases y se trata correctamente” por lo que curar y reducir los efectos de los enfermos es prioridad para los sanitarios” ya que se trata de “lesiones horribles que afectan generalmente a articulaciones y con gran frecuencia a niños, los pacientes necesitan meses de tratamiento antibiótico a la vez que curas diarias”. Bernal no había cogido un avión antes, llegó a Sakassou donde se encontró la mayor felicidad del mundo «fue aterrizar y decir: Esto es mi casa”.
Relata Carmen que estuvo en el hospital ayudando sobre todo en el laboratorio, “me dedicaba a diagnosticar”, donde además también había pacientes con VIH “hacía test de malaria, con pacientes con VIH, ayudaba a sacar sangre y de vez en cuando también iba a las consultas, diagnosticaba algún tumor de la forma más rudimentaria e incluso hice medio de cirujano” asegura que allí hizo todo lo que pudo “incluso rehabilitación, me lo pasaba muy bien con los niños”.
Y es que tenía clara una cosa desde el principio “no quería poner nada nuevo, iba a estar un mes y medio por lo que no sabía quién continuaría después la tarea y me centré en las cosas importantes”. Cuenta que enseñó a uno de los técnicos del hospital “a hacer punciones, extensiones, tenían tres microscopios que arreglé y le enseñé a manejarlo, incluso daba clases de español a los niños y ellos a mí de francés” insiste en que “allí se lavaba todo, se esterilizaba, en el hospital estaba todo acondicionado, cosa muy distinta ocurría en el hospital general donde la situación era muy precaria”. A pesar de tener un idioma y una cultura distinta Bernal vio la amabilidad de la gente, y lo que más le llamó la atención fue la naturalidad y hospitalidad de los lugareños “quienes me ofrecían comida cuando ellos comen una vez al día y es arroz”. Una experiencia que asegura le cambió la vida “allí no tenía nada y lo tenía todo” relata que contaba con tres mudas que lavaba a mano y el pijama del hospital.
Ha pasado un año y cuenta los días para volver, “quiero irme en febrero o marzo a Malaui, a otro hospital de VIH” pero antes insiste en que tiene que conocer el destino.
Kipekee
La ayuda al necesitado parte también de aquellos más jóvenes, y es que en Albacete existe una asociación, Kipekee “único” en swahili, creada en diciembre de 2014, nació con el objetivo de concienciar a la población local de las necesidades de las personas que viven en un país subdesarrollado. Trabajan en proyectos nacionales, para fomentar la sensibilización y cooperación al desarrollo, e internacionales; principalmente relacionados con temas educativos y sanitarios.
Todo el dinero y material que recaudan lo destinan íntegramente a los proyectos que llevan a cabo. Así, el primer proyecto fue el verano de 2015 con la compra de mosquiteros, colchones, almohadas y ropa de cama para vestir el Centro de salud de Kayole, en la ciudad de Nairobi, donde también llevaron material sanitario, gafas, y medicamentos para la farmacia. Además, dejaron comprados materiales para la reforma de un par de aulas, equipación de la biblioteca y construcción de un quirófano en Tanzania, que continuó el verano de 2016. Ese verano también se montó una escuela de espalda por parte de dos socias fisioterapeutas para ayudar con ejercicios y educación postural, y otros voluntarios participaron ayudando a los profesores con los niños e impartiendo charlas de higiene y cuidados. Una labor que continúan con vistas hacia nuevos proyectos. Así, tres de los integrantes de la Asociación cuentan su experiencia personal en la ayuda a los más necesitados.
Carmen Atiénzar, es estudiante de sexto de medicina en la Facultad de Albacete y además socia fundadora y secretaria de la asociación Kipekee. Su primer viaje de voluntariado fue con esta ONG en el verano de 2015 donde realizó prácticas de medicina en un centro de salud de Kayole, en la ciudad de Nairobi, además de ayudar en el laboratorio y en la farmacia así como participó en todos los proyectos que se realizaron ese año (juegos con niños, graduación de la vista, ayuda en campamentos médicos, entre otros).
“Para mí ir allí fue un sueño cumplido. Era algo que siempre he querido hacer y una de las razones por las que decidí estudiar esta carrera, estuve tres semanas y tras ellas comprendí que era a lo que quería dedicarme el resto de mi vida, y algo que hacer al menos una vez al año cuando terminara de estudiar, porque era una manera de poner tu granito de arena, de enseñar y que te enseñaran”. Subraya además Atiénzar que al llegar a la zona “todo el mundo está pendiente de ti, te miran, te tocan, quieren hablar contigo, quizá no tienen nada, pero te ofrecen todo” por eso insiste en que para ella uno de los momentos que más le marcó fue cuando “estábamos graduando la vista y una mujer consiguió encontrar unas gafas con su graduación, entre lágrimas y abrazos me agradeció que iba a poder volver a leer la Biblia, y ahí creo que es cuando te das cuenta de lo poco que valoramos las pequeñas cosas que tenemos en nuestro día a día”.
Por otro lado, lo más duro es “no poder ayudar más, no tener suficientes medios disponibles o los conocimientos que desearías, yo acababa de terminar tercero, y volverte sabiendo que no has podido cambiar tanto como querías pero aún así sabes que dejas allí parte de ti». Tiene claro que volverá y trabajará duro para seguir ayudando a toda esa gente que lo necesita y «aprender de ellos».
Kenia y Tanzania
El año pasado Beatriz Sánchez viajó a Kenia y Tanzania durante un mes, por entonces aún era estudiante de medicina. Su misión allí era la entrega de material médico y escolar, asegurarse de que el proyecto de construcción del quirófano seguía adelante y, echar una mano en todo lo que fuera posible. “Pude participar en actividades encaminadas al control del embarazo, seguimiento ponderal de los niños durante los primeros meses de vida y campañas de vacunación. Además tuve la suerte de coincidir con un equipo de médicos que viajaban en avioneta para acercar la medicina a personas que habitaban en los lugares más recónditos de la Sabana. Me uní a ellos unos días, la experiencia fue inolvidable”.
Fue un viaje cargado de emociones, “sentimientos contrarios que en ocasiones eran difíciles de manejar”. El primer contacto con la medicina de allí supuso para esta joven “un ruptura con el esquema al que estaba acostumbrada, pruebas complementarias simples como una ecografía, una radiografía o una analítica eran muy difíciles de conseguir, el médico cobraba un papel muy importante, donde a través de la observación, sus manos y una buena entrevista clínica llegaba a un diagnóstico, realizando una medicina puramente intuitiva. Aprendí mucho como profesional”.
“La falta de material médico y sobre todo la escasez de medicamentos me producía bastante frustración e impotencia», también supuso un gran choque cultural «la forma en que las mujeres eran tratadas, 7 cabras pagaban por cada mujer, 7 mujeres le correspondían a cada hombre, cuanto más jóvenes mejor, sin importar la edad del hombre, así es la cultura masai, entre otras cosas». Pero más allá del debate interno que esto le suponía, lo más duro, relata, «fue ver las complicaciones del embarazo en un par de niñas de unos 13 años”.
Por suerte no todo el viaje estuvo marcado por estas sensaciones. La alegría de los niños se contagiaba, insiste, “era increíble ver cómo un globo podía convertirse en un juego durante horas. Y por no hablar de sus ganas de aprender e ir a la escuela, aunque supusiera caminar, incluso descalzos, más de una hora. La motivación de estos niños me hizo pensar que el cambio era posible a través de la educación. Ese pensamiento me daba esperanza en los momentos más duros». También asegura que era muy reconfortante sentir el respeto y la gratitud de las personas que les rodeaban, «te hacían sentir como en casa», insiste en que pronto se acostumbraron a su tranquila forma de vida, el “pole pole” (poco a poco)”.
Dicen que quien va a África no vuelve siendo el mismo, “es cierto, un pedazo de mí se quedó allí y sin duda quiero volver, continuar acercando la medicina a lugares perdidos, comenzar nuevos proyectos y, por supuesto, quiero volver para seguir aprendiendo y contagiándome de su felicidad y tranquilidad”.
Centros de Salud de Kayole
El 29 de junio de 2016 despegaba el avión de Jesús José Camacho, ex-estudiante de Medicina, tras decidir colaborar «viajé para trabajar (y aprender) en uno de los centros de salud de Kayole. Una vez sobre el terreno, aparte de mi labor en el hospital, creé un diario de bitácora en el que investigaba realidades de la sociedad keniata”.
Una de las cosas que más le llamó la atención fueron “sus Comprehensive Care Centers (CCC). El SIDA (un síndrome que debilita el sistema inmune y predispone a la infección por diferentes patógenos) es una realidad con la que este país debe lidiar día a día. Según datos de UNAIDS, la prevalencia de SIDA en Kenia es de un 6,5%. Los CCC intentan atajar esta situación mediante el suministro gratuito (la sanidad keniata es privada) de medicación para el tratamiento del SIDA y la tuberculosis. Además el método de trabajo en estos centros es sumamente humano: allí no curan; cuidan. Están pensados para atender a pacientes seropositivos desde el principio: realizan los test, asesoran, consuelan, y llevan a cabo un seguimiento continuado del caso”.
Concluye Camacho que “resultaba gratificante ver cómo su calidad asistencial se basaba en la atención concreta y personalizada, en la comprensión», fue algo que asegura «me sorprendió y me conmovió profundamente, fue una experiencia enriquecedora que me ofreció una lección vital que nunca olvidaré”.