OPINIÓN | Forofos

Si hay algo noble, entre otras cosas, es el ser aficionado, porque supone inquietud para movernos, desarrollarnos, mejorar, inventar, enamorarnos de iniciativas, personajes o conductas que consideramos admirables, imitables para algunos, pero para la mayoría dignas de encomio. Esos seguidores de ideas y comportamientos, pretéritos o pasados, reales o ficticios, gratuitos o costosos, suelen acompañar o complementar pensamientos que pudieran no ser compartidos, incluso histriónicos u originales, pero sobre todo, y es precisamente lo esencial, manteniendo el respeto a las demás orientaciones más o menos secundadas. A nadie se escapa que la afición se manifiesta de mil modos. Seguro que hay quién colecciona, imita o idolatra a personajes insospechados, tan dignos de aceptación como otros, siempre y cuando no afecte negativamente a los demás. El respeto, concepto que encierra todo un tratado de urbanidad y cultura, se debe sustentar en el respaldo general y riguroso de una sociedad que trata de sobrevivir, y si al respeto se une un ordenamiento jurídico justo, eficiente y eficaz, aquellas carencias en lo respetable podrán ser adecuadamente corregidas para el bien común. Y en todas estas palabras, más profundas que nuestra historia, se encierra la tradición de lo correcto, la moral enraizada en la naturaleza ética de nuestros sabios de siempre.

Pero esa afición por el cambio, la adaptación ponderada a los tiempos y las tecnologías, no debe ser impedimento para el desarrollo común, que aparta lo superfluo, o añadido interesadamente por el efímero poder temporal de unos pocos, pero mantiene lo esencial, que suele ser lo que manda el sentido común. Hay aficionados a los toros, al fútbol o a cualquier deporte, con el que vibran, pero no con la calidad general, sino afiliándose moral o formalmente a equipos que compiten, a los que admiran o siguen, ya no sólo por su buen hacer sino porque representan un modo de hacer, una forma de aplicar la técnica dentro de las normas que lo informan. También los habrá que se agrupen tras una bandera, barrio, ciudad o territorio mayor, donde lo importante ya no es la calidad en sus evoluciones sino los sentimientos que lleva aparejada esa representación geográfica o ideológica. Y esos aficionados sufren desengaños tremendos cuando los objetivos no se alcanzan, o disfrutan cuando las victorias hacen rebosar de trofeos las efemérides de su historia chica.

Los hay que no comen ante la decepción, o brindan por los éxitos. Y ese comportamiento se puede extrapolar a mil situaciones parecidas. Madrugar para ver un partido de baloncesto, trasnochar para contemplar el trepidar intenso de coches o motos pilotados por quienes admiramos o seguimos. Pasar frío, calor o penurias acompañando a nuestro equipo en lo bueno y en lo malo. Hacer promesas, plantear retos o soportar todo tipo de desdichas como penitencia por haber fracasado nuestros ídolos. Para quien no tiene ídolos es sencillo argumentar sobre lo absurdo que puede resultar que esas decepciones puedan afectar a la familia, los amigos, incluso a la salud. Pero seguimos moviéndonos dentro de lo cauces del respeto a los demás, como aficionados más o menos imbuidos de la obsesión por nuestro referente. Salirnos del cauce que discurre por los meandros tranquilos del respeto, nos hace superar esos niveles de la educación e inundar los sentimientos con la exageración, lo que llamamos ser un forofo.  Un forofo es una infección grave que padece el mal aficionado, que sobrepasa los límites de la razón, que no es capaz de analizar situaciones para tomar decisiones correctas, que no alteren la normalidad generalmente aceptada respetando los comportamientos distintos y, en caso de disparidad, aceptar la discrepancia sin desprecio o agresividad. Y en eso hay ejemplos palmarios de una sinrazón absolutamente desgarradora, demasiadas veces tolerada y, que es lo peor, justificada o alimentada por mercenarios de la afición, que se alimentan de los intereses grupales, a veces venidos de la cordura, pero devenidos al caos por la maquinación perversa de los aprovechados.

Seguro que hemos visto, y conocido, comportamientos agresivos y violentos protagonizados por masas sin seso, pero manipuladas por intelectuales de la agitación, cobardes traidores que se esconde detrás de los golpes y maldades de un grupo de forofos, cargados de errores y mala sangre justificando afrentar construidas por otros, a la espera de recoger los frutos de la contienda.   El forofo no piensa, no calcula, simplemente actúa, y precisa de un detonante, al que unimos el acelerador que haga aumentar la violencia explosiva del comportamiento más salvaje. Y el que piensa, el que planifica la vida del forofo, sin importarle lo más mínimo, lo pondrán en situación de riesgo, es más, si fuera preciso, lo sacrificará para echar un mártir a la causa, que servirá para azuzar el fuego de la intransigencia. Y los forofos se irán moviendo como marionetas ignorando que no tienen nada que aportar, más que su agresiva fiereza al servicio de unos acomodados en la palabra  amasando ideas al servicio de sus intereses pervertidos por tantos odios o avaricias incontroladas. Hay forofos de todo tipo, hay manipuladores de toda condición, porque en definitiva el objetivo es cambiar las cosas, pero las que interesan a esa conspiración que se organiza para unos fines, absolutamente alejados del bien común, donde se encuentra la gran mayoría que no idolatra, a quienes puede apasionar algo o son aficionados, pero nunca son, ni serán, forofos, si los demás estamos dispuestos a respetarlos.

                      José Francisco Roldán Pastor

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