OPINIÓN | Sanguijuelas, por José Francisco Roldán

El refranero español es sabio porque se fundamenta en la tradición de tantas gentes inteligentes que se han dedicado desde tiempo inmemorial a recopilar oraciones, muy bien construidas, que representan perfectamente el variopinto comportamiento humano. Antes de hablar de personajes abyectos que pudieran representarse como aprovechados, que succionan la sangre de quienes tiene algo que sacar, merece la pena recordar otro refrán más benévolo, pero relacionado: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Pero el gorrón de la vida no se limita a refugiarse bajo la generosa protección del poderoso o influyente para aprovecharse, sino que tiene la habilidad de saca bocados, a veces sin que lo perciba el que sufre los mordiscos. En esta sociedad, más que nunca, al menos que recordemos, han proliferado las sanguijuelas, que se pegan al lomo de quien puede tener futuro económico o social, ya sea en la esfera privada o pública, para chuparle la sangre. Con especial sutileza, mostrando una sumisión asquerosa, acarician la piel antes de clavarles sus ventosas por donde sacar provecho. Además de alimentarse abiertamente, o con discretas maniobras, son pelotas miserables que tienen la habilidad de mantenerse vigilantes para succionar prebendas. Aplauden sin rubor cualquier tontería para congraciarse con el que puede regalarles puestos, ventaja, privilegios o esos modos de estar donde hay algo que pillar, porque ellos sabrán como hacerlo. Y en ocasiones, los generosos donantes de la sangre ignoran las artimañas hasta que la relación, cimentada en la peor de las mentiras, se disloca o salta por los aires. Es, entonces, cuando la sanguijuela se agarra con fuerza para lograr extorsionar o poner en seria evidencia al que lo ha estado alimentando siempre, que se verá traicionado o vilipendiado injustamente.

             Habrá quién tenga secretos inconfesables compartidos con su sanguijuela, porque la lleva siempre pegada, que estarán en peligro de conocerse, lo que les pondrá en situación muy comprometida. Y es ahí, precisamente, cuando la succión se tronca arrebatadora, irrefrenable, despiadada, hasta el punto que puede costar la reputación de quienes se han creído protegidos e idolatrados por sus peores enemigos, a los que no conocían bien. Porque la sanguijuela no admite cambios en las reglas de esa relación, como si se tratara de un amor despechado, que tantas desgracias han podido causar. Esos supuestos colaboradores, que aparentan una lealtad a prueba de todo, no dudarán en traicionar a su mentor cuando llegue el momento, y lo elegirá adecuadamente para hacer el mayor daño posible, sorpresa de la que muchos no han sido capaces de recuperarse. Pero la sanguijuela sabe esperar. Cuando ya no tiene sangre que sacar, saltará con inusitada fuerza sobre lomo de otro poderoso para hincarle la ventosa. El que ha dejado de servir, porque se ha quedado sin hematíes provechosos, se apercibirá demasiado tarde de la maldad y tendrá que arrastrarse entre sus colegas avergonzado, porque le harán daño cuando no tenga poder o influencia que ofertar. Hay sanguijuelas promiscuas que succionan de varios lomos a la vez, procedimiento que les permitirá sacar provecho en varios frentes, así pueden optar según quién tenga mejor posición social. Además de aprovechados, son chaqueteros indeseables que cambian de lomo sin el menor rubor. Y cuando saltan, se llevan, además de la sangre, sus confidencias y secretos profesionales, que servirán para ganar ventaja en el otro lomo, al que se han adherido con absoluto descaro. Esa suma de riegos sanguíneos los va fortaleciendo hasta que llegan a convertirse en lomo para otras sanguijuelas, generosamente pegadas a su futuro con la intención de promocionar. Sabemos que las sanguijuelas, en otros tiempos, sirvieron para curar haciendo sangrías benefactoras. Pero los avances de la medicina demostraron que había otros procedimientos para conseguir los mismos fines. En la actividad social, donde se enganchan las sanguijuelas humanas, los avances no pueden sustituirlas, porque se basan en la cultura y la capacidad de análisis de tantos torpes que no pueden distinguir un parásito aunque lo tengan pegado a la espalda. Los hay especialmente inteligentes para obtener ventaja de esas sanguijuelas, que se cambian de lomo al menor envite. Los malabaristas sociales saben mucho de medicina tradicional y tratan de impedir el acceso del resto a los modos que irradiar formación. Es mucho más productivo amansar el ganado donde pueden pegarse sus sanguijuelas y chuparles bien la sangre.

               La era de la información no ha podido solucionar el problema de estos parásitos. Pero la era de la comunicación lo ha tenido complicado, porque se utilizan sus resortes para disimular la presencia discreta y traicionera de esos vividores sociales, que hacen el trabajo sucio, mientras otros, sin mancharse las manos de sangre, succionan la dignidad y esos ramalazos de honra que muchos quieren, a toda costa, conservar. Deberíamos aplicar tratamientos eficaces para impedir esa plaga que tanto debilita al cuerpo social, ese bien colectivo que debe fortalecerse para impedir los efectos perversos de esa sangría sutil y despiadada de las sanguijuelas, que están reproduciéndose sobre tantas buenas intenciones y la maldad de quienes no quieren que mejore la salud general.

              José Fco. Roldán Pastor

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