Álvaro Peña expone en La Asunción

El jueves 8 de octubre se inauguró la muestra “Resucitando a Kiki”, del pintor Álvaro Peña, en el Centro Cultural La Asunción. La exposición podrá visitarse hasta el próximo 12 de noviembre. Para entender a qué nos vamos a enfrentar, recogemos el texto de Pedro A. Cruz Sánchez incluido en el catálogo de la propia exposición. Sin duda, una cita que no debemos perdernos.

Álvaro Peña:

La forma nómada del cuerpo

El cuerpo no es un lugar de descanso. Eso es lo que parece desprenderse de las obras últimas de Álvaro Peña, en las que, casi sin excepción, el individuo acaba transformando su principal medio de conexión con el mundo en una entidad intransitiva. El concepto de “pose” que Peña confiere a sus personajes resulta muy particular en este sentido: lo que ellos exponen con ningún recato ante los ojos del espectador es una situación de aislamiento, de reclusión entre unos límites corporales que evidentemente los comprimen. Cuando, en un primer momento, la mirada se enfrenta a sus enigmáticas figuras, construidas mediante contornos angulosos y prolongados, la sensación que se obtiene es que todas ellas responden a un “esquema estrellado”, por el que se expanden espacialmente como si se trataran de cuerpos en crecimiento. Pero, en realidad, cuando se observan con mayor detalle, la certidumbre a la que se llega es otra bien diferente: las figuras de Álvaro Peña constituyen cuerpos que no dan más de sí, cuya voluntad vital se ve frustrada por contornos de trazo negro grueso insuperables, que los condena a una interminable y dolorosa reconfiguración interior.

Difícil es obviar el hecho de que Álvaro Peña descarga la mayor parte de su potencial expresivo en el dibujo. Síntesis de la sexualidad grotesca de un Egon Schiele, del manierismo más dramático del Picasso del periodo Rosa, del muralismo iberoamericano de mitad del siglo XX y, por supuesto, del énfasis y la hipérbole provenientes del ámbito de la ilustración y de la caricatura, su caligrafía comporta un falso carácter constructivo. Allí, en efecto, donde en apariencia varias “microformas” se unen para alumbrar una arquitectura corporal, se produce algo completamente antagónico: la ruptura de la unidad y del “descanso” físico en la manera de una división vivida por algunos personajes como un auténtico infierno. El interior de los cuerpos representados por Álvaro Peña se halla obsesivamente compartimentado. Los detalles anatómicos, las protuberancias, los pliegues de la piel le sirven al autor como excusa para dinamitar su continuidad corporal. De hecho, una de las señas de identidad de su expresionismo es la tensión generada por el recurso constante a poses de marcado carácter sexual y, al mismo tiempo, por el “crujir” dramático de unos cuerpos que parecen quebrarse internamente a cada segundo. El diálogo incesante entre la pretendida sensualidad y el constatado sufrimiento se resuelve en un patetismo que contradice las coordenadas elementales de cada composición.

Residir en paz en el cuerpo supone la aspiración imposible de las figuras de Álvaro Peña. Su corporeidad se rebela contra ellas y las aprisiona en un sentimiento de negación del mundo. El cuerpo no conduce a ningún sitio. Es más, hasta cierto punto se les puede considerar como “figuras- raíz”, atornilladas a un lugar de dolor del cual no pueden escapar. Y es que uno de los aspectos que más poderosamente llaman la atención de las obras de Peña es que los cuerpos que en ellas se representan son, en la mayoría de los casos, sedentes. No es que se huya de la verticalidad, de la posición enhiesta y vigorosa, sino que el estado de ruina y de descomposición en el que se encuentra les impide reunir la potencia suficiente como para levantarse. Literalmente se trata de “cuerpos caídos”, que prueban a disimular su demolición mediante la adopción de posturas artificiales connotadoras de otras actitudes y condiciones.

Combatir contra el propio cuerpo es lo propio del monstruo. Y, si se intentara la elaboración de un relato con la cadena de imágenes alumbradas por Álvaro Peña, se apreciaría con meridiana claridad cómo la solución final a la que conduce tanta debilidad y división de la materia es la emergencia de lo híbrido. En algunos casos, las figuras se funden con otras, son penetradas fácilmente por la realidad exterior, en una prueba fehaciente de la ductilidad y el “nomadismo” de sus formas.

Rápidamente comienzan a mutar, a perder el dibujo lógico que les servía de cordón umbilical con la esfera de lo racional. El cuerpo no es algo definitivo, detenido en un punto de cordura. Su transformación continua conduce a la demencia, a una falta de referencias que termina por situarlas en una espiral vertiginosa e interminable. Las formas –nómadas e imprevisibles- ya no definen una identidad, un rostro y unos rasgos que sirvan de denominador común en la diversidad de situaciones. Aquello que el poderoso dibujo de Álvaro Peña expresa es “únicamente” un segundo de la catástrofe, la radicalidad de un instante de incertidumbre que impide una relación de familiaridad y de confort con el propio cuerpo, con lo esencial de cada uno.

El Digital de Albacete

Diario digital líder en Albacete con toda la información de la capital y provincia
Botón volver arriba