El Rey Juan Carlos I, Page, Bono y Ana Obregón, en la primera tarde de toros de expectación en Castilla-La Mancha

El Rey Juan Carlos I asiste esta tarde a la corrida de toros que se celebra en Illescas (Toledo), primera de su feria de los Milagros, y en la que están anunciados los diestros Morante de la Puebla, el francés Sebastián Castella y el peruano Andrés Roca Rey.

El monarca hizo acto de presencia en la plaza acompañado de su hija, la infanta Elena, minutos antes del comienzo de la corrida, momento en el que los asistentes se pusieron en pie para tributarle una cerrada ovación, a la vez que la banda de música entonaba los acordes del Himno Nacional.

Tanto don Juan Carlos como doña Elena ocupan una localidad de barrera del tendido de capotes, que en la coqueta plaza multiusos de Illescas corresponde al tendido 2.

Justo después de este emotivo momento, dos antitaurinos se arrojaron al ruedo de la plaza con una bandera de España cada uno, en la que se podía leer la consigna “Toros Vivos”. Ambos activistas fueron reducidos en cuestión de segundos por efectivos de la Guardia Civil.

A la corrida de toros asisten un amplio número de personalidades y famosos, como Emiliano García-Page, José Bono, la secretaria general del PP de Castilla-La Mancha, Carolina Agudo, Ana Obregón y la chef Samantha Vallejo Nagera.

ROCA REY, PUERTA GRANDE

El peruano Andrés Roca Rey salió hoy en Illescas (Toledo) merced a una autoritaria faena de dos orejas al mejor toro de la corrida, el tercero, y en la que demostró que, a sus 22 años, tiene ambición para dar y tomar, y un techo todavía inalcanzable. Después de los meses de obligado parón invernal, el aficionado tenía ya “mono de toros”, algo que quedó demostrado con el ambientazo que había en esta localidad toledana desde primera hora de la mañana.

Illescas respiraba toreo por los cuatro costados, con sus calles colapsadas por los miles visitantes que, al reclamo del toreo, provocaron también que la hostelería del municipio hiciera su agosto en pleno invierno. Y todo gracias al magnífico trabajo un año más del empresario Maximino Pérez, que volvió a conformar para la ocasión un cartel de campanillas, con Morante de la Puebla, el francés Castella, que sustituía a Manzanares, baja de última hora por una lumbalgia, y el torero de moda, el peruano Roca Rey.

El “no hay billetes” llevaba colgado en la taquilla desde hace semanas. Nadie quiso perdérselo, ni siquiera el rey Juan Carlos I, que, acompañado por su hija, la infanta Elena, fue el espectador de lujo de una tarde que, a la postre, se llevó el llamado “Cóndor de Perú”, gracias a las dos orejas que cortó de su primero. Un toro que salió de chiqueros enterándose ya de la vaina, pendiente en todo momento del callejón, pero con “carbón” en sus espaciadas y vibrantes arrancadas, lo que aprovechó Roca Rey para llevar pronto la emoción con un ceñidísimo quite por chicuelinas.

Sin solución de continuidad, los estatuarios de apertura, quieto como un poste, puso la plaza en ebullición. La primera tanda a derechas dejó claro quien mandaba ahí. Había surgido el temple para reducir las revoluciones del de Jose Vázquez, que tuvo mucha raza y un extraordinario pitón derecho, y que acabó rendido al valor y a la tremenda autoridad del joven limeño, dueño y señor de la situación. Varias cositas en la distancia corta, y una soberbia estocada al encuentro le pusieron en sus manos las dos orejas. Lástima que no pudiera redondear con el afligido y rajado sexto, muy protestado por el tendido, y al que fue imposible robarle ni un solo pase por mucho que Roca lo intentara de todas las formas posibles.

Morante anduvo esforzado y gustándose por momentos con un primero de corrida que, por sus pocas fuerzas, tendió a defenderse y a puntuar los engaños, sin descolgar y quedándose también cortito. El sevillano, que había dejado alguna verónica marca de la casa en el recibo y un inicio por abajo con la muleta de tremendo sabor, llevó a cabo una faena muy medida y salpicada con algunos muletazos de exquisita firma sobre ambas manos; mas la condición del animal impidió que aquello tuviera continuidad.

Pero la gente disfrutó, y por eso, tras una casi entera, logró la primera oreja de la tarde. Lástima que Morante se conformara con ese solitario trofeo, porque con el cuarto, también de desabrida condición, no pasó de las apariencias a lo largo un breve, displicente y protestado trasteo, que, por si fuera poco, tuvo pésima rúbrica con los aceros.

Castella anduvo insistente de más con un segundo flojo y desfondado, que llegó a echarse hasta en tres ocasiones. El francés puso demasiado empeño en un trasteo anodino.

Tampoco dijo mucho con el quinto, con la única diferencia de que éste tuvo mejores arrancadas pese a su mansedumbre. Pero Castella no acabó de cogerle el pulso en una labor larga y un punto deslavazada en la que, si bien hubo una tanda por cada pitón de buena firma, el conjunto se antojó insuficiente por mucho que cortara finalmente una orejita.

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