/Sandra Manzanares/Fotos: Pilar Felipe/
Días enteros con temperaturas superiores a 50 grados, sin más sombra que la de las telas que forman el techo de las jaimas en las que se cobijan junto al resto de su familia, sin poder salir al exterior hasta que llega la noche y con ella, algo de viento fresco, así es el verano de los niños saharauis en el campamento de Tinduf.
Este año, Fatimetu ha podido escapar del desierto y alejarse durante dos meses del calor extremo y de las necesidades que sufren los niños del Sáhara pasando a ser una más de la familia Jiménez Esteban.
La llegada de Fatimetu es para la familia albaceteña la segunda vez que reciben a un saharaui, y es que durante los tres veranos anteriores tuvieron en casa a Ali, un niño que les dejó huella y al que se emocionan recordando.
El pequeño Ali ya no puede inscribirse en el programa ‘Vacaciones en Paz’ porque supera los 13 años de edad, pero continúa en contacto con su familia española, y recibiendo su ayuda desde Albacete.
Fatimetu, una niña diferente
Con Ali comenzó una costumbre que “engancha” a los Jiménez Esteban, y es que ya no conciben el verano sin acoger a un pequeño del Sáhara. Si bien es cierto que Llanos y Manolo no son primerizos en este campo, con Fatimetu existe una particularidad, y es que la niña es ciega y, además, el programa nunca antes había traído a un saharaui con esta discapacidad a Albacete.
Por ello, el matrimonio tenía cierto temor por cómo iba a adaptarse la pequeña a un ámbito desconocido, y por la manera en la que le enseñarían nuestro idioma ya que “no es lo mismo mostrarle a un niño una botella y decirle que es una botella, que decírselo a alguien que no puede ver”, explica Llanos.
En este sentido Manolo coincide con su mujer en que “creía que Fatimetu iba a estar limitada”, pero ha resultado ser todo lo contrario “se orienta muy bien”, y, además, cuenta con la ayuda de Lucía, la menor de la familia que “es como su lazarillo”.
Por otra parte, en apoyo a la discapacidad de Fatimetu, la ONCE les ofreció la asistencia de uno de sus colaboradores para contribuir a la integración de la niña, pero “no ha sido necesario”.
Según nos cuenta Llanos, con las pautas que les facilitaron desde la ONCE para enseñarla a comer y a andar, sumadas a la pericia de Fatimetu ha sido suficiente. Además, en apenas tres semanas la niña ya dominaba el castellano y se ha podido comunicar de manera fluida y constante, porque “habla muchísimo”, apunta entre risas Manolo.
Es por esto que Llanos destaca que “cualquier familia puede tener un niño discapacitado” insistiendo en que “lo único que se necesita es tiempo para prestarles la atención que requieren”.
De esta manera, acompañada en muchas ocasiones por sus hermanos José Manuel, María y Lucía; y otras por niñas amigas de la familia o vecinas, la pequeña de nueve años ha ido a la piscina, al parque, e incluso ha estado en la playa por primera vez. Y es que, “hacemos todo lo que se hace con un niño sin discapacidad y ella lo siente igual que cualquier otro niño”.
A través de esta experiencia, Manolo resalta que los pequeños “te dan más a ti que tú le puedes dar a ellos”, entre otras cosas, porque tienen unos valores que están desapareciendo en nuestra cultura como son la solidaridad, el agradecimiento o el respeto a los mayores.
En este intercambio de sentimientos, experiencias y principios, unos niños que vienen a Albacete con lo puesto, vuelven al Sáhara con un macuto lleno de comida, y ropa, con varios kilos más, y, sobre todo, con la ilusión y el amor que estas familias les transmiten y que les hace soñar con la esperanza de una vida mejor.
